martes, julio 31, 2007

Delirio I: Soriano Escribia de Noche

Esto es algo que rescate del disco duro de mi máquina... Tiene más de tres meses, pero a falta de algo mejor... se los dejo...


Soriano escribía de noche. En este preciso instante, mientras recuerdo brevemente y pienso en el suplemento que conmemora y recuerda los diez años de su muerte, me pregunto si será esa la principal razón por la que me encuentro sentado a esta hora de la noche.
¿O será melancolía lo que me mueve a estar sentado acá? ¿En estos momentos cruciales, en estas horas en las que impera el sueño y sólo desvelados y soñadores se atreven a romper el encanto nocturno de los oníricos placeres, que hace que me siente y mire fijamente como un corredor, una simple marca parpadeante en un viejísimo monitor, se desplaza dejando detrás de sí, tal cual restos de tinta deja la pluma, letra tras letra, palabra tras palabra, que van conformando una idea a la cual aun no percibo, por más que mi esfuerzo sea, de a momentos, sobrehumano? ¿Qué soy yo, en definitiva? ¿Desvelado o soñador?

Esta última pregunta puede ser aquella que ha despertado en mi la curiosidad y necesidad imperiosa de una respuesta, no sólo a esta pregunta en particular, sino a otras tantas. Pero ella ha sido el “leitmotiv” de esta cuestión que me ata a una incomoda silla, ergo incomoda postura, en busca de una respuesta que tal vez no se encuentra al final de una idea que ronda dentro de mi cabeza, ni en la lucecita parpadeante del celular, que me comunica con otro desvelado o soñador como soy yo.

A lo mejor, la respuesta se esconde dentro de los vacíos que la pregunta en sí no responde.
¿Desvelado o soñador?. La pregunta contempla dos opciones nada más. Entonces, es muy posible que la respuesta se encuentre en las opciones no contempladas por el interrogante.
Siempre y cuando usemos la premisa que la respuesta se encuentra fuera de los signos de interrogación.

Esto surge del hecho que una alternativa con dos opciones siempre nos dejan, al menos, dos alternativas más que están implícitas en las mismas dos opciones propuestas. Al llegar a una bifurcación, tenemos dos opciones claramente definidas: Ir para un lado (“Desvelado”) o ir para otro (“Soñador”). Sin embargo, de estas dos propuestas surgen otras dos (como mínimo): Quedarme en mi lugar y desandar el camino andado. Como volver en el tiempo aún nos es físicamente imposible, es decir que no podemos volver al estado de no “estar sentado...en estos momentos cruciales”, etcétera, nos queda la alternativa de no elegir camino alguno. Esta opción trae aparejada consigo el interrogante que nos ponemos y que no podemos resolver.

Pero, además de estas tres opciones, de las cuales una es la situación que sitúa el interrogante, podemos establecer diferentísimas opciones que se encuentran a mediados de camino entre “Desvelado” y “Soñador”.

El verdadero problema surge recién ahora. Debemos (o debo, depende del grado de autobiográfico que ustedes vean en este texto) establecer, en un principio, que es lo que nos (reemplacen “nos” por “me”, si así lo desean) motiva para estar despiertos, y de ahí recién podemos intuir cual de las opciones que nos da la pregunta y su vacío (“Desvelado”, “Soñador” y las infinitas variantes que van de un extremo a otro) puede llegar a ser una de las posibles respuestas. Aquí surge otro problema inmediato a nuestra(mí) situación: La respuesta, ¿es parcial o total? ¿Soy completamente un “desvelado”, o yace dentro de mí una pequeña parte de “soñador”? ¿Me encuentro aquí porque soy la respuesta a una incógnita mal formulada o porque hubo una motivación superior, algún extraño “motivo conductor”, que me llevo a sentarme aquí?

Partiendo de este pequeño hecho y de todas las disyuntivas que surgen de él, nos encontramos de vuelta al principio: ¿Por qué estoy sentado, a las tres y media de la mañana, escribiendo? Bastaría repasar las hipótesis que hemos (de vuelta, usen “he”, si quieren) planteado, pero llegaríamos de vuelta al mismo punto, y lo único que podríamos demostrar es cuan cíclico es, en determinados casos como el de la disyuntiva de elegir entre “desvelado” y “soñador”, el funcionamiento de un interrogante equívoco.

Entonces, es ahí donde surge nuestro “leitmotiv”, después de la digresión que nos ha llevado desde Soriano a las alternativas que se ocultan fuera de la pregunta: Me encuentro sentado, a las tres y media de la mañana, porque me mueve la nostalgia y porque soy un desvelado soñador.

Hay veces que la respuesta radica en la única opción que pocas veces se contempla: La que nos indica que no tenemos porque dividir las alternativas en dos espectros radicalmente opuestos.

lunes, julio 30, 2007

Las razones por las que no posteo

Gente, creo que, debido a la falta de contenido de este pequeño espacio, tengo que disculparme al encontrarme inverso en otros pequeños proyectos, los cuales me tienen muy a las apuradas.

No es porque me haya agarrado la vagancia y haberme pasado todo un fin de semana despierto y pelotudeando, exclusivamente. Sino que también tuve que pasarme varias horas, estos últimos cuatro días, sentado y desvanandome los sesos para ver de que manera los putos personajes de la nouvelle que estoy escribiendo actuan, como puedo terminar de hacer un cuento, los últimos versos de alguna poesía...

Por otro lado, tengo que agarrar el maldito ritmo que deseo tener de acá a unos meses, por eso cada vez escribo un poco más, tirando hacia la ficción, por lo cual 15 MAS quede, de vuelta, en un lamentable stand by.

En breve empezaré, además, a cambiarle un poco la cara de este lugar. Para que les sea más ameno y fácil de leer, y para profesionalizarme, en casi todos los sentidos.

Entonces, por ahora les dejo un saludo a cambio de ningun comment.

Miren si no será un buen trato, verdad?

miércoles, julio 25, 2007

Así

Así

Ante las pesadillas de sus ojos
deja escrita una súplica silenciosa y lamentable,
que no encuentra resguardo en oídos de nadie,
muriendo en simulacro de piras y destrozos.

Unas palabras a duras penas dichas
escritas gritadas anheladas olvidadas
no sólo por él que las despoja
de su naturaleza sensible y humana
para dejarlas entibiecer
el frío lecho que espera
ante las horas de la muerte
debajo de sus piernas

“Es el sueño el que me guía,
es el abismo el que me tienta,
es Córdoba quien me enamora
de su desdibujada y maltrecha silueta”

Pero aún no encuentra placer mayor
que el cansancio que no la desvela,
porque sabe que en la ausencia falta todo
que es, en vida y obra, su esencia,
pero no se preocupa, sin embargo,
porque las horas pasan y su sombra inquieta
se remueve entro de la silla,
que le susurra que el martes finaliza su espera.

Una noche en el casino

Una noche en el casino

Levantó lentamente las cartas, tratando de no romper el misterioso encanto que las envolvía. Jugaba él solo contra la banca, que mostraba sobre el verde paño, un 10.

Observó fijamente las figuras: Dos jotas sonreían desde el ambiguo espejo en donde se reflejaban a sí mismas. Las otras tres cartas eran un dos, un cuatro y un siete. No le convenía pagar seis pesos por cartas que ya intuía no le servirían para nada. Bajó la mano, entonces, y, con la habilidad adquirida por tantas noches como aquellas, separó una ficha de diez mientras rezaba en voz baja al crupier, a sí mismo y al encargado de mesa, que cual fantasma en la oscura noche, vestido en traje y silenciosamente, había aparecido.

- “No vengo, amigos míos, a robarles el corazón”.

El crupier le miró algo confundido, mientras las cuatros cartas que le correspondían a la banca esperaban para ser dadas vueltas.

- ¿Disculpe, señor? – preguntó, con modesta cortesía
- No, nada. Deje – dijo el jugador, algo alicaído por la incomprensión a la que se vio
de pronto sometido -. Por favor, deme buenas noticias, que me están haciendo falta.

Su súplica, murmurada entre dientes, se perdió entre el ruido de monedas cayendo, el murmullo de la gente, el rebote sonoro que hacía la bola de la ruleta en su vertiginosa y circular huída a los números, y los lamentos de los perdedores y las risas triunfantes de los ganadores. Pensó que había muchas personas ahí adentro, y que la sonrisa de quienes atendían iba muy a juego con la colorida y errante arquitectura de las falsas esperanzas sin sentido e inminentes derrotas que las tragaperras construían para los confiados errantes como él.

Entre el medio del estruendo escuchó, mientras levantaba sus cartas para contemplar sus jotas, como si en ese gesto y en esa mano se encontrara una alegría perdida hacía ya mucho tiempo, con una claridad precisa, como si el mensaje estuviese dirigido a él, y no al ser sin rostro que despreocupado se disponía a jugar:

- La guita llama a la guita, alemán. Jugale a la apuesta máxima.

La catarata de fichas atrajo su atención un segundo hacia la máquina de donde había venido la voz, y observó como dos jóvenes bromeaban sobre la suerte de uno de ellos.

- Mierda, que tenes ocote – le decía el flaco de pelo enrulado al otro, que era más alto y fornido -. Agradece que no traje el cel, porque sino le sacaba una foto al tremendo culo que tuviste.

El muchacho fornido sonrió, mientras agradecía las felicitaciones de una mujer que se sentaba a su lado, sin prestar atención a la furibunda mirada del señor que, hasta hacía instantes, había desperdiciado unos buenos billetes en la misma máquina, y él, en cuya mano esperaban dos jotas para decidir su suerte, desvió la mirada hacia un opaco espejo, donde vio reflejada su sonrisa, apenas deformada por la distancia que lo separaba, y pensó que el joven ruludo no estaba para nada equivocado. La guita llama a la guita. No podía no ser una buena señal.

Con gesto decidido puso todas las fichas encima de su mano. El crupier las contó con agilidad y las volvió a depositar sobre el paño.

- Son quinientos pesos, señor – informó -. ¿Está seguro de querer jugarlos?.

Él, vistiendo una historia plagiada por otros tantos, decidió sonreír, emulando la sonrisa ambigua que le devolvían las cartas, desde su prisión de plastificado papel.

- La plata llama a la plata – dijo, como para sí -. Deles vuelta, nomás.

Al lado del diez aparecieron un nueve, una jota, una reina y un rey.

Aquel hombre, que ahora maldecía a un desconocido de pelo enmarañado que se iba festejando su pequeña fortuna junto a su amigo a través de la puerta, no se había equivocado.

El dinero llama al dinero, pero al final de la noche, la casa es quien gana.

martes, julio 24, 2007

15 Minutos A Solas: Escribir por escribir.



Una canción, que últimamente ando escuchando, dice, en una de sus partes

“Andar andando sólo andando por andar”


Esa canción es “Convide Rutero”, de la banda de metal pesado "Almafuerte", y pertenece al disco “A fondo blanco”.

Verán que esta es una de las pocas introducciones verdaderamente corta que he escrito en lo que llevo haciendo esto.

Una razón parecida puede que sea el motivo por el que escribo, ya que, a fuerza de una corta deducción entre las firmas y todo lo demás, me he dado cuenta que la única persona que lee, de tanto en tanto (y no estoy completamente seguro de esto), estas palabras, es mi amiga a la que Blogger® le envía el boletín de actualización, donde puse su dirección de mail de puro molesto que soy.

Y por eso, también he decidido cerrar “momentáneamente” mi Microsoft® Spaces®, debido a que en casi cuatro meses (sí, tal como lo oyeron: cuatro meses; es decir, 120 días) nadie fue lo suficientemente buena onda para dejar ni siquiera un saludito colgado. La última firma es del seis de abril (allá lejos, cuando aún hacia calorcito, y el otoño recién comenzaba), y fue también mi amiga que, por lo visto, es la única que parece interesarse verdaderamente en lo que ando haciendo o dejando de hacer.

Por otro lado, mi fotolog (¡ojo!, que no dije ni TerraFlog, ni Metroflog, ni otra de esas tantas webadas que andan por ahí) parecer irse encaminando lentamente, a razón de una o dos firmas por post, que suelen ser demasiados cortos y sin sentido, debido a que con cinco mil characters uno poco puede hacer. Y ni hablar que no se le puede dar formato al texto ni nada que se le remotamente parezca.

Para que se den una idea de lo que estoy hablando, a esta altura llevó escribiendo algo más de dos mil caracteres, en poco más de siete párrafos. Y, generalmente, ando rondando cada vez que escribo esta ¿columna? ¿expiación? ¿declaración?, en unos siete mil quinientos. Sacar esas dos mil letras de diferencia, sería sacarle algo así como ocho párrafos, o unas cuatrocientas palabras.

¿Acaso estamos buscando, con esto, la simplificación de nuestro pensamiento? No es por decir que lo que yo escriba sea verdadera ni remotamente profundo, sino por el hecho que, de cada diez firmas en un flog, ocho terminan con “pásate por el mío”. Somos incapaces de ser altruistas por lo visto.

Y es mejor no hablar del post en sí, porque (acá hago autocrítica y me incluyo) dan, en su mayoría (su totalidad diría, de no haber leído de tanto en tanto, el fotolog de Nahuel – www.fotolog.com/ngen_ko -, ex compañero de mi frustrado intento de cursar Letras Modernas, por lo menos este año) dejan muchísimo que desear, no sólo en cuanto al contenido del mensaje (y de la foto, ya que estamos, que forma parte del mensaje), sino también en la forma de redacción que tienen varios, y en la forma simple, llana y predispuesta a la dedicatoria con la cual todo parece ir para alguien, con o sin (generalmente, lo segundo) fundamento.
Sé que leer mis diatribas en contra del grupo social al que pertenezco (que raro yo, llevando la contra) puede llegar a ser aburrido para muchos (Todos. Me juego el meñique izquierdo, así aprovecho que estoy en el trabajo y lo hago pasar por un accidente de ART, cobró treinta lucas y me compró la Shocker, el campo y los inflables), pero es muy doloroso saber que estoy escribiendo nada más que para la infinidad silenciosa de la Web, mas allá del hecho penoso que se haya perdido la capacidad de discusión y disenso, la retórica y el contacto (físico o digital, que más da) entre las personas que discuten sobre una idea o sobre algún escrito.

Esto no me pasa solamente con el blog, sino que también en el foro (www.elforo.de/literaturaunive) donde posteo de tanto en tanto (llevo algo de seiscientos sesenta mensajes, y así y todo estoy lejos lejos de los cabecillas en topics creados y respuestas), ya que cuentos, poesías y demás que escribo ahí, mueren indefectiblemente, al punto tal que hay veces que me considero un “mata-post”, por ser el último en postear en un topic que inmediatamente deja e ser respondido/leído.

En la vida real sería algo así como el comentario inoportuno, que llega fuera de lugar, cuando justo todos empiezan hablar sobre cualquier otra cosa. A veces me imagino en una reunión junto a los foristas: yo diciendo algo, y ellos mirando con esa cara que sabemos poner todos cuando alguien dice algo cuyo sentido es factiblemente dudoso.

Parte de mi ser odia que eso pase, pero aprendo de esa censura implícita del mutismo de los demás, y pienso mucho antes de escribir algo. Excepto los cuentos y las poesías, que aunque llevan meditación, surgen más del impulso y el aburrimiento a la que me confina esta silla en el trabajo.

Las razones por las que sigo intentado llamar la atención son unas cuantas, como figurar algún día en la página del diario, hacer una compilación de todos los posts, sin firmas y sin sentido, que he escrito, despertar en alguien la curiosidad de conocerme, pero el más importan, es el hecho de escribir por escribir, para todos aquellos que quieran, o por azar lleguen, a leerme, sean conocidos o desconocidos.

Escribir por escribir, y dejar al cajón de mi escritorio expectante. Importante razón también.

Así llegamos a las casi mil palabras de hoy (que ayer fueron mil trescientas ochenta y dos; y el otro día, mil cuarenta y ocho), y parece que esta vez sí voy a lograr la periodicidad que quiero en cuanto a lo que escribo.

Por lo menos tengo varios motivos y algunas reflexiones/confesiones que no les he comentado (acordaos que el viernes pasado salí a rumbear, y eso siempre propicia una buena reflexión)

Mas, por ahora sobre todo, voy a seguir escribiendo por escribir, para que el silencio siga teniendo algo con que entretenerse.

lunes, julio 23, 2007

15 Minutos a Solas: Reflexiones

(Nota del Posteador: Sale con un día de retraso, perdonen. El laburo lo puede todo)


Estar sentado y sin hacer prácticamente nada, por el paso de largas horas, me permite hacer profundas (y no tanto) reflexiones sin más motivo que el sólo hecho de pensar. Las cosas como pensaba que se darían a principios de año distan mucho de cómo se han terminado dando. Es una conclusión un tanto fatalista y algo deprimente, pero es lamentablemente real.

Sentirse realizado es uno de los pasos que sí o sí hay que cumplir para llegar al tan ansiado objetivo filosófico de la “felicidad” (o “fuckin’ happiness”, en el coloquial habla de Ningunlugar). Y es de “esos” pasos, porque es obvio que alguien que no cumplió sus metas no tiene razón porque ser feliz.

Saber que el límite, o el “final”, es visible, tangible, o solamente “está ahí”, ayuda muchísimo en esa eterna búsqueda en la cual, tal y como nos enseñaron en sexto año, radica la verdadera felicidad.

Ese concepto, que suena saca de alguna película “disneyworldlera”, y donde uno puede ver a un muchacho apenas pecoso, de trece años y adorable, convirtiéndose en hombre, a través del crecimiento sostenido de su vida, dándose cuenta que la dicha no se encuentra en el fin, sino en los medios, es tan cierto como el hecho que, a partir del lunes, vamos a sentir en nuestra piel el frío polar que nuestros hermanos santacruceños sienten a lo largo de la mayor parte del año.

Y se puede explicar con varios ejemplos. Siempre es más bonita la gambeta, el caño y el lujito que precede al gol, que la pelota muerta esperando ser recogida con desdicha por el arquero. Siempre es más estimulante tener la pluma en mano y desgarrar una hoja (o servilleta. Recomiendo esto. Mucho más bohemio si es en un bar, o desesperado si es en un hospital) con esas palabras que sangran desde el alma, que leer añejas palabras sobre una desgracia ajena.

Ahora, si todo apunta hacia ese lado de las verdades, quiero que alguien me explique el hecho de porque me siento desdichado de a momentos, y verdaderamente feliz, de ratos.

¿Tengo un problema de “timing” con eso de buscar la felicidad?¿Se cae mi “Google” interno de tanto en tanto, que parece no haber respuestas simples a preguntas sencillamente estúpidas?¿O a lo mejor he estado buscando en el lado equivocado?

Ese es otro problemita. Quien busca la felicidad en el lugar donde no se encuentra, ¿participa en esa búsqueda cuyo fin y medio es la felicidad?¿O la vida te da, en esos casos, una tapita roja y/o naranja con la eterna frasecita “seguí participando”?

Eureka! He ahí una verdadera conclusión: Ser feliz es, entonces, no ganar nunca. Pero NUNCA. Ni siquiera una coca o una pepsi, y ni hablar de celulares, viajes, autos, casas, minutos libres, o mensajes de texto.

Sin embargo, a pesar de eso, el ingrato ser humano se alegra y festeja con esos materiales logros, sin comprender que su alma se empobrece por no saber contemplar la belleza interna de una flor, o el lento y constante erosionar de las rocas, por la acción del viento. Nos perdemos de tanto, por festejar tan poco, y en tan pocas oportunidades.

En fin, dejando de lado el concepto filosófico de “felicidad”, pasemos a las verdaderas reflexiones de lo que no hice, y por lo cual, no soy feliz, aunque debería serlo, porque el no hacerlo significa que todavía sigo en camino de hacerlo, por lo cual estoy viviendo la felicidad, aunque aun no la encuentre realizada. ¿Se entiende, no?

Hasta acá, incluida estas palabras, van ya dos mil ochocientas sesentas letras hermanadas en párrafos cargados de cinismo y objetables puntos de vista. Ahora, le corresponde a Ud., amable lector, escribir una crítica larga para que puedan ver, algún día, el artículo “felizmente” corregido. Mas es un esfuerzo vano y sin sentido, porque cuando vean el artículo tal como ustedes querían y no como yo deseaba, se van a dar cuenta que se perdió el motivo de su felicidad, y por lo tanto yo la habría ganado, porque habría re-escrito de vuelta lo que en verdad quería y no lo que, cínicamente, estaba buscando escribir, pero me sentiria mal porque todos desearían que lo corrigiera, y así sucesivamente hasta el hartazgo y final y Apocalipsis de los tiempos, internet o mi blog, que vendrían a funcionar de sinónimos.

Al fin y al cabo, ¿ven hacia donde apunto?. Les pregunto porque me parece que esto va a prestar para unas cuantas relecturas y una larga (ergo, gratísima) discusión cuyo final será ver en donde radica la felicidad.

Los motivos, al fin, de mi ¿cinismo? son varios y parecen carecer de sentido, aunque la razón verdadera de él (del cinismo, no del sentido) es simplemente estar ahí, festejando ser parte invariable e irrefutable de mi ser.

Es que tengo motivos tanto para ser feliz como para ser un cínico amargo, irremediablemente perdido.

Para ser:

1) Tengo trabajo. Y un buen trabajo, que me deja tiempo para leer, escribir y reflexionar sobre lo que quiero o lo que puedo.
2) Tengo grandes amigos: No son muchos, pero son los justos y tan variados y distintos como podría habernos juntado Dios.
3) Estoy solo: Con todas las letras. Dispongo de la paz y el tiempo que me rodean a mi antojo, decidiendo que hacer, cuando y como.
4) Dispongo de un gran hobby: Aunque no es el momento para hablar de esto, cuando hago paintball es uno de los momentos en más feliz, más en lo mío, me siento.
5) Existe el Commander Keen y, en algún lugar, estoy seguro, existe el casco blanco, verde y amarillo esperando a ser comprado por mi.
6) Vivo en Córdoba, ciudad vibrante como pocas, donde se acontecen eventos impresionantes todas las semanas y posee el lujo de ser una de las ciudades más culturales del país.
Eso es lo más importante. Poner todas las cosas que marcan mi vida a diario sería inoportuno y haría esa pequeña lista demasiado larga, aunque no signifique eso que no vaya a rendirles el homenaje que se merezcan en el momento oportuno.

Y, así como tengo motivos para ser feliz, también los tengo para ser un cínico amargado, irremediablemente perdido.

1) Tengo trabajo. Y culpa de este hay días y noches en los que no puedo hacer nada, debido a que también debo descansar para poder dar lo mejor de mí, en el momento en que lo requiera (hablando de eso, llega a faltar Belén y se arma la batahola acá dentro)
2) Tengo grandes amigos, pero son tan disímiles (y eso que son pocos), que cuesta mucho decidir que hacer, con quién y cómo. Por eso hay veces que nos perdemos de grandes eventos y terminamos en el lugar equivocado en el momento equivocado.
3) Estoy solo. Habla por si mismo.
4) Dispongo de un hobby caro (y controvertido): Ver como tantas personas (en general desinformadas) buscan ponerme trabas para que no pueda jugar, o me juzgan por el dinero que gasto en él, es algo que, sencillamente, me pasa por las pelotas. Lo mismo me pasó cuando tuve un par de discusiones respecto al tema del alcance cultural y artístico del cómic.
5) Existe el Commander Keen, pero no lo hacen más y no sé donde buscar el casquito.
6) Vivo en Córdoba, ciudad sucia, cargada de agua en los baches que pasan de administración en administración sin ser reparados. Problemas de toda la vida que siguen estando ahí, a pesar de que hay herramientas, gente e ideas para solucionarlos.

Ahora, las seis cosas me hacen feliz y a la vez cínico, y todas implican un viaje, un crecimiento en el modo particular de ser, de vivir cada experiencia y de cómo compartimos y con quien.
La verdadera conclusión es que la diferencia entre ser cínico y feliz, es el pie con el cual te levantas de la cama. Lástima que no crea en cábalas.

Y pensar que tenía pensado escribir las razones por las cuales nunca más iba a pisar un boliche. Pero quedará para otro día, después que le de una nueva oportunidad e, irremediablemente, me lleve a casa una nueva insatisfacción.

Cinic than ever.

MatíasREDDi3r
s2k

viernes, julio 20, 2007

15 Minutos A Solas: El Réquiem que nos hace falta

A duras penas uno logra entender esas cosas que tanto nos hacen falta a los argentinos para lograr ser completamente una sociedad que recuerde. Es por eso que a veces es posible que ante debidas y contadas situaciones no sólo no contemos con una forma de dar respuesta, sino que también nos damos cuenta que carecemos de un modo de poder perpetuar ese instante en lo que es denominado “memoria popular”.

En los últimos quince años hemos pasado a través de las más diversas y díscolas situaciones que han marcado, a su modo y de acuerdo a su tiempo, una especie de antes y después en lo que es nuestra memoria colectiva. Cada día en que uno de esos sucesos marca a fuego nuestra vida como sociedad queda marcado en el calendario con el título endeble de “efeméride”, y, en los escasos casos en que el suceso es muy conmovedor, o demasiado “políticamente” histórico, esa marca se hace notar con un color rojo que lo hace más feriado que visible.

Pero, como muchos dicen, no sólo de efemérides se alimenta el calendario. Quedarían demasiados días colgados sin sentido y, lo que es peor, víctimas del sinsentido de la memoria, haciéndolos transitables y perdibles, como otras tantas cosas que somos capaces de olvidar..

Y, mientras tanto, nosotros llevamos a cabo nuestras pequeñas reflexiones diarias y esas largas introducciones, aunque tengan tan sólo dos párrafos, para lograr instaurar en ese subconsciente alocado del argentino las fechas que se le escapan a tantos. Porque ayer, aunque para esa inmensa mayoría haya sido un día más en los que el tráfico de la mañana les cagó la ida al trabajo, las perezosas horas del amanecer cedieron su frío paso a la comodidad de la abrigada cama de las vacaciones de invierno, o el calor primaveral de la tarde, ganándoles una batalla que hasta la semana pasada parecía perdida, invitó a esta ciudad adormilada a dar una vuelta por el parque, para la minoría que siente (y, porqué no, sentimos) esas pequeñas tragedias a las que le dan tres minutos en el noticiero y un suplemento que se vuelve añejo y amarillento a las pocas semanas, fue un día en que pudimos observar, tristemente, como uno de los mejores escritores cuentistas (e historietistas) argentinos, pasaba a la eternidad.

Esa es la razón de todos los preámbulos que hoy se han escrito en el corazón de esa minoría.

Hoy me permitiré, por otro lado, algo más que la pequeña reflexión improvisada y en partes equivocada que me permite realizar esos escasos quince minutos y el límite escabroso de novecientas palabras.

Divagando, aprovechando el vaivén del transporte interurbano, entre recuerdos, esperanzas, una enfermedad que no parece tener cura (metáfora cursi para llamar a la dolorosa “memoria”, ¿verdad?), ideas, proyectos a medias y las ocho letras de su nombre, la radio hacía uso y alarde de esa música comercial que logra vaciar de a momentos nuestra mente cuando, de repente y sin previo aviso, dieron las noticias del día, entre las cuales se encontraba el motivos por el cual escribo esto.

Ha muerto Roberto Fontanarrosa, el “Negro”, y ha dejado a una enorme generación de argentinos que se deleitaba con sus cuentos, conferencias e historietas con un vacío enorme dentro de su pequeña fábrica de sueños y residencia de pesadillas, que será muy difícil llenar para todos.

Fontanarrosa, a través de sus relatos e historietas futboleras y costumbristas, plasmó una visión crítica y ácida de lo que es la sociedad argentina. Lamentablemente, con su muerte, parte de ese legado se perderá irremediablemente: Momentos como el de su conferencia en el Congreso de la Lengua serán francamente inolvidables, y están inexorablemente perdidos, a no ser por las excepciones que guardamos cada uno de nosotros en nuestra mente.

Nuestra literatura ha tenido grandes exponentes a lo largo de este siglo; como Arlt y Marechal, de los viejos; Cortazár, Pizarnik, Bioy Cásares, Borges, de los no tanto; Soriano, Mignogna, De Santis y Fontanarrosa (y otros tantos), del último cuarto de siglo; y sólo en los pequeños y cortos diecinueve años que llevo de vida , he presenciado como cuatro de ellos dejaron el calendario lleno de efemérides borrosas: Soriano, en el ’97; Bioy, en el ’99, Mignogna, en el ’05; y Fontanarrosa, ayer.

Cada uno hizo, a su forma, un excelente uso de la literatura y dejaron tras sí novelas, cuentos, poesías, ensayos y esas sabias palabras que engrandecen el alma aún de los más pequeños, sean en el formato que sean.

Y somos muchas las personas que entramos dentro de esa pequeña definición, debido a que no hay forma de no sentirse identificado con cualquiera de las cosas que ellos hayan dicho hace poco o hace ya una eternidad, sea en una gambeta escrita a lo largo de un párrafo entero, un gol entre las piernas del arquero en una cancha en donde no se debía haberlo hecho, la tragedia de dos actores en una ciudad que no perdona, o las reflexiones que un gaucho le hace a su perro a lo largo de las entintadas páginas de los domingos en las revistas y diarios.

Porque, aunque cueste aceptarlo, ayer dejamos todos de ser un poquito argentinos.

Tal vez por eso nadie entiende porqué se me escapa una lágrima o una sonrisa cargada de nostalgia cuando tengo un libro de Soriano, o una historieta del “Negro”, entre mis manos.

Y si vos lloraste, o quisiste llorar, anoche mirando el mudo brillo del televisor, es porque te diste cuenta que ante la muerte de esos grandes que nos marcan para toda la vida, no disponemos de un réquiem lo suficientemente bueno para resguardarlos en un lugar que no sea tan endeble y susceptible como nuestra memoria, colectiva o no tanto.

Desde el ’86 que venimos pecando de ese ingrato olvido, que sólo se pierde en las escasas fechas redondas que el calendario nos ofrece como verdaderas efemérides, una vez cada diez, veinte o veinticinco años.
A pesar de todo, no hubiese habido fecha más justa para la lamentable muerte del “Negro”, que los diez años que han pasado desde la muerte del “Gordo” Soriano. Ahora, tal vez, allá arriba ellos se cuentan uno a otro esas interminables historias de gambetas desdibujadas en la memoria de las noches de asados entre amigos.