viernes, julio 20, 2007

15 Minutos A Solas: El Réquiem que nos hace falta

A duras penas uno logra entender esas cosas que tanto nos hacen falta a los argentinos para lograr ser completamente una sociedad que recuerde. Es por eso que a veces es posible que ante debidas y contadas situaciones no sólo no contemos con una forma de dar respuesta, sino que también nos damos cuenta que carecemos de un modo de poder perpetuar ese instante en lo que es denominado “memoria popular”.

En los últimos quince años hemos pasado a través de las más diversas y díscolas situaciones que han marcado, a su modo y de acuerdo a su tiempo, una especie de antes y después en lo que es nuestra memoria colectiva. Cada día en que uno de esos sucesos marca a fuego nuestra vida como sociedad queda marcado en el calendario con el título endeble de “efeméride”, y, en los escasos casos en que el suceso es muy conmovedor, o demasiado “políticamente” histórico, esa marca se hace notar con un color rojo que lo hace más feriado que visible.

Pero, como muchos dicen, no sólo de efemérides se alimenta el calendario. Quedarían demasiados días colgados sin sentido y, lo que es peor, víctimas del sinsentido de la memoria, haciéndolos transitables y perdibles, como otras tantas cosas que somos capaces de olvidar..

Y, mientras tanto, nosotros llevamos a cabo nuestras pequeñas reflexiones diarias y esas largas introducciones, aunque tengan tan sólo dos párrafos, para lograr instaurar en ese subconsciente alocado del argentino las fechas que se le escapan a tantos. Porque ayer, aunque para esa inmensa mayoría haya sido un día más en los que el tráfico de la mañana les cagó la ida al trabajo, las perezosas horas del amanecer cedieron su frío paso a la comodidad de la abrigada cama de las vacaciones de invierno, o el calor primaveral de la tarde, ganándoles una batalla que hasta la semana pasada parecía perdida, invitó a esta ciudad adormilada a dar una vuelta por el parque, para la minoría que siente (y, porqué no, sentimos) esas pequeñas tragedias a las que le dan tres minutos en el noticiero y un suplemento que se vuelve añejo y amarillento a las pocas semanas, fue un día en que pudimos observar, tristemente, como uno de los mejores escritores cuentistas (e historietistas) argentinos, pasaba a la eternidad.

Esa es la razón de todos los preámbulos que hoy se han escrito en el corazón de esa minoría.

Hoy me permitiré, por otro lado, algo más que la pequeña reflexión improvisada y en partes equivocada que me permite realizar esos escasos quince minutos y el límite escabroso de novecientas palabras.

Divagando, aprovechando el vaivén del transporte interurbano, entre recuerdos, esperanzas, una enfermedad que no parece tener cura (metáfora cursi para llamar a la dolorosa “memoria”, ¿verdad?), ideas, proyectos a medias y las ocho letras de su nombre, la radio hacía uso y alarde de esa música comercial que logra vaciar de a momentos nuestra mente cuando, de repente y sin previo aviso, dieron las noticias del día, entre las cuales se encontraba el motivos por el cual escribo esto.

Ha muerto Roberto Fontanarrosa, el “Negro”, y ha dejado a una enorme generación de argentinos que se deleitaba con sus cuentos, conferencias e historietas con un vacío enorme dentro de su pequeña fábrica de sueños y residencia de pesadillas, que será muy difícil llenar para todos.

Fontanarrosa, a través de sus relatos e historietas futboleras y costumbristas, plasmó una visión crítica y ácida de lo que es la sociedad argentina. Lamentablemente, con su muerte, parte de ese legado se perderá irremediablemente: Momentos como el de su conferencia en el Congreso de la Lengua serán francamente inolvidables, y están inexorablemente perdidos, a no ser por las excepciones que guardamos cada uno de nosotros en nuestra mente.

Nuestra literatura ha tenido grandes exponentes a lo largo de este siglo; como Arlt y Marechal, de los viejos; Cortazár, Pizarnik, Bioy Cásares, Borges, de los no tanto; Soriano, Mignogna, De Santis y Fontanarrosa (y otros tantos), del último cuarto de siglo; y sólo en los pequeños y cortos diecinueve años que llevo de vida , he presenciado como cuatro de ellos dejaron el calendario lleno de efemérides borrosas: Soriano, en el ’97; Bioy, en el ’99, Mignogna, en el ’05; y Fontanarrosa, ayer.

Cada uno hizo, a su forma, un excelente uso de la literatura y dejaron tras sí novelas, cuentos, poesías, ensayos y esas sabias palabras que engrandecen el alma aún de los más pequeños, sean en el formato que sean.

Y somos muchas las personas que entramos dentro de esa pequeña definición, debido a que no hay forma de no sentirse identificado con cualquiera de las cosas que ellos hayan dicho hace poco o hace ya una eternidad, sea en una gambeta escrita a lo largo de un párrafo entero, un gol entre las piernas del arquero en una cancha en donde no se debía haberlo hecho, la tragedia de dos actores en una ciudad que no perdona, o las reflexiones que un gaucho le hace a su perro a lo largo de las entintadas páginas de los domingos en las revistas y diarios.

Porque, aunque cueste aceptarlo, ayer dejamos todos de ser un poquito argentinos.

Tal vez por eso nadie entiende porqué se me escapa una lágrima o una sonrisa cargada de nostalgia cuando tengo un libro de Soriano, o una historieta del “Negro”, entre mis manos.

Y si vos lloraste, o quisiste llorar, anoche mirando el mudo brillo del televisor, es porque te diste cuenta que ante la muerte de esos grandes que nos marcan para toda la vida, no disponemos de un réquiem lo suficientemente bueno para resguardarlos en un lugar que no sea tan endeble y susceptible como nuestra memoria, colectiva o no tanto.

Desde el ’86 que venimos pecando de ese ingrato olvido, que sólo se pierde en las escasas fechas redondas que el calendario nos ofrece como verdaderas efemérides, una vez cada diez, veinte o veinticinco años.
A pesar de todo, no hubiese habido fecha más justa para la lamentable muerte del “Negro”, que los diez años que han pasado desde la muerte del “Gordo” Soriano. Ahora, tal vez, allá arriba ellos se cuentan uno a otro esas interminables historias de gambetas desdibujadas en la memoria de las noches de asados entre amigos.

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