sábado, febrero 02, 2008

Calla

Escrito en octubre del año pasado.

Calla.

Hay una fría noche que destemplada espera afuera una injuria concebida hace tiempos inmemorables ya. Las rocas se hacen arena y las lagunas mares al tiempo que nos abalanzamos sobre un espectro de intrascendencia que alberga todo cuanto conocemos y negamos

Somos sombras de sombras, un atisbo de negación entre lo callado y lo admitido. Estamos dentro del limbo de la conjura y el destierro, a la espera de que las horas corran, sin sentido, sin propósito, hacía donde nace todo aquello que nos forma y nos da cobijo.

Calla.

Debajo de la luz pálida y vergonzosa de las estrellas, una ciudad de lienzos indescriptibles y de bocas que callan espera también, el paso de un visitante que llega de tanto en tanto, precedido por un sonido apenas audible, sobre todo ante la intransigencia de los muros de piedra que sostienen todo aquello que muchos contemplan como verdades inapelables.

En sus calles hay cierto aire de desidia y desconfianza. Todos juntos forman un gran silencio, de voces expectantes y de rostros susceptibles ante los vientos que corren. ¿Hay cambio? ¿Hay llegadas? Se miran unos a otros, y nosotros aquí, detrás de esta esquina, vemos que detrás de los vidrios oscuros que ocultan sus ojos hay una triste aceptación de la derrota impuesta por vaya a saber uno quien.

En otros lados, hay vestigios de fiestas, de masas que se mueven, con el furor latiendo dentro de sus mentes e impasibles por el hombre que clama desde la venas en donde la sangre de todos se cruza. Hay caminos que nos conducen hacia una condena pendiente sobre nuestras cabezas. Algunos ojos elevan su vista y ven en las cadenas inexpugnables murallas ante sus intrascendentales caminares, pero las reconocen como medallas a los logros que jamás se acontecen.

Calla.

La multitud festeja la victoria, lamenta sus derrota, llora sus pérdidas, pero no reacciona ante su muerte, más que con las largas marchas de condenados que se suceden en las calles cargadas de vidrios oscuros y mentes de sonidos aturdidores.

Frente a ellos y a sus espaldas, hay una ciudad oculta que ruge de furia, que nos pertenece a los que, desde las esquinas filosas de la memoria, daremos batalla al fallecimiento mundano de los oídos insensibles cubiertos de polvo.

Calla, que el viento llega, y será el momento, cuando cruce en el corazón mismo que te cubre y llora los cruces de infamias con desidias, de amanecer y dejar traspasar la luz de los nuevos despertares, frente a las derrotas que tantos parecen haber aceptado.

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