jueves, febrero 07, 2008

Soplar

Escrito en octubre del año pasado, corregido y recortado, porque algunas líneas eran ilegibles.


Sentado frente a la roca, permanece en silencio, analizando un paisaje oculto detrás del lejano horizonte. Su pelo cae sucio sobre la cara llena de mugre, pero a él (o ella, no viene al caso) no parece importarle demasiado. El cuerpo menudo se hace más flaco a medida que asoma la mirada de ojos oscuros y parpadeantes a la dura piedra. Una sonrisa cargada de esperanza se vislumbra entre el sarro acumulado.

Y es entonces cuando empieza a soplar.

Primero, lo hace como si tuviese vergüenza, como si aquel acto de humana curiosidad no pudiese pertenecerle. Pero, a medida que los soles se suceden, el soplido va tomando fuerza, impulsado por una necesidad extraña de poder levantarse victoriosa por encima de la sólida permanencia.

Sopla, sin importar que a su alrededor la lluvia cale hondo en las almas. O si los pasos a su alrededor se hacen confusos. Puede que el tiempo se congele, que la vida estalle en llamas. No le importa, o piensa que no debe importarle. Y por eso sigue. Sin ceder ante la ortodoxia, lo inexpugnable e indivisible.

Cada tanto deja de soplar, sonríe y mira hacía sus espaldas. Todo está como antes, y eso le sirve de motivación, para hacer de su soplido una fuerza constante en contra de esa piedra firmemente establecida frete a sus ojos, que hasta bizquean por lo mucho que se acerca.

Sigue, en su silenciosa guardia, hasta que cae la noche de un vertiginoso día.

Se respira un aire inquieto, de miradas extrañas, cargadas de sustos y susceptibilidades. Un aire de tormenta. Le gustan esos aires, porque le ayudan en la tarea de soplar contra la maldita piedra que espera frente a ella. Se da cuenta de la inminencia de lo inevitable.

Cuando navajas de luz cortan la noche, ve, entre las gruesas gotas que caen, un ínfimo atisbo de esperanza, que salta desde la piedra y cae al piso, apenas perceptible. Rápida, ágil, toma el grano de arena entre sus curtidas manos (sobre algo tenía que apoyarse para soplar con mayor comodidad) y sale corriendo en busca de un oído amigo que comprenda.

Corre feliz, llena de alegría. Corre y salta en los charcos, disfrutando de una victoria que ni ella puede comprender, pero que esta ahí, intangible en su mano. Alcanza una mirada interrogadora. LE alcanza y le muestra la palma de su mano sucia, llena de ampollas, y sonríe.

- ¿Lo ves? – le pregunta.
- ¿Si veo qué? – le espeta la voz que surge dentro de un rostro oscuro como el cabello que se le pega en la frente, y que a duras penas admite un contorno.
- El grano, bolu. El grano – se entusiasma.
- ¿Qué grano? Deja de joder, che, que hay que buscar refugio que este chaparrón pinta para rato largo.

La sentencia final cala en lo más profundo de su alma, como si su piel hubiese perdido la permeabilidad ante la lluvia que cae. En las heridas del cielo se pueden ver la luz que brota y desaparece, retazos de una imagen perfecta hecha de trazos desprolijos e irregulares. Con tristeza, su mano se abre y el grano de arena se pierde en los ríos que se forman en las cunetas.

En esas aguas negruzcas corren también sus lágrimas, productos de la rabia ante los oídos mudos, y las nubes doloridas tapan sus gritos con truenos salidos desde la memoria de la memoria misma. Llora por impotencia, ante las piedras que parecen sonreír entre penumbras. Llora por el rostro de ojos interrogadores que, sin contorno, decide guarecerse de la lluvia antes de contemplar el producto de la paciencia.

Así como lloran sus ojos, como sangran sus manos curtidas por la espera y su garganta reseca de tanto soplar, lloran otros tantos, que vuelve a las piedras donde plantaron su muda batalla, cuyo producto fue ese grano de silencio, bajo la lluvia fría de la desmemoria.

En las calles, a la mañana, el tiempo pasará igual, mientras en esquinas oscuras algunos seguirán soplando, sin importar las horas, los soles que se sucedan y el espectáculo de las estrellas que puedan perderse en las mañanas encima de sus cabezas. Tienen la misión de abrir sus piedras, para mostrarle a los demás que entre todos es posible hacer arena.

0 sorprendidos por semejante idiotez: