miércoles, febrero 13, 2008

Parte I

- ¿Qué estas parado donde? - preguntó.
- En una esquina, te digo - respondió, rascándose la barbilla afeita y mirando hacia ambos lados de la calle, para ver si pasaba algún vehículo o algo. Pero no. Bajo la mirada del cartel que marcaba que "esto" se cruzaba con "aquello", no pasaba ningún vehículo. Ni por puta casualidad.

- No es una esquina, boludo - le espetó - Es una bifurcación.
- Creo que vendrían a ser algo bastante parecido.
- ¿Estás seguro?

Asintió levemente. Pensó en la respuesta y todo eso. ¿Estaba seguro?¿Realmente seguro? Sí, lo estaba, aunque los terminos no le terminaran de cerrar dentro de su cabeza. Esos días de cansada huída bajo un sol aplastante le habían sacado las ganas de pensar y de tratar de encontrarle respuesta o razón a todo. Se dejaba llevar. Fluir. De eso se trataba. La inercia hacía cosas maravillosas.

- No.

No me interesa en verdad. Había llegado hasta el final, por lo menos de una parte de esa busqueda a la que le había dedicado más tiempo del que creía necesario.

- Siempre hay que dar un poco más - le indicó.

Suspiró cansado, mientras se sentaba sobre los restos del camino. El polvo se le había pegado a los pantalones, una piel sobre esa segunda piel, y cuando estrechó las piernas unas pequeñas grietas surgieron por entre la costra amarilla de la arena. Se acostó sobre su poncho y apoyó las manos enguantadas sobre los dibujos de lo que alguna vez había sido una calle. O una ruta.

- Levantate. No es tiempo de descansar.

¿Cuando sería tiempo entonces? Hubiese querido tener fuerzas para responder, pero la sombra de su sombrero rodeando sus ojos hacía borrosa todo cuanto había a su alrededor.
Pronto, los sentidos dejarían de tener importancia.

- Levantate - rugió algo ahí afuera, un poco más allá del telón oscuro que tenía enfrente y de la pared que se extendía hacía el horizonte - ¡Que te levantes, cabrón!

Se irguió con velocidad, desenfundando sus armas. El sol hizo destellar su reflejo incluso por entre el polvo y el barro seco, cicatrices del viaje sobre el metal, e hirió su vista.

- ¿Que mierda quieres?

- Extender los pies, puto de mierda. Estaba harto de estar encogido contra esa superficie ardiente.

Se sacó uno de los guantes y acarició la arena. Hervía. Agradeció haberse tirado sobre el poncho, a pesar de lo cansado que estaba. Se colocó el guante y se calzó el sombrero. No parecía haber caído el sol. Desde hacía tiempo no caía. Tal vez la locura lo había arrebatado o tan sólo el tiempo había ido disminuyendo su paso hasta detenerse. Enfundó las pistolas y miró las flechas que iban hacia un lado y hacia otro. Abajo, con pintura borrosa por los años, había un número. Debajo del número, con otro tipo de letra y de pintura, alguien había garabateado "Centro". O eso le parecía.

- ¿Para donde, entonces?

No respondió. Tenía la cabeza lerda por la siesta bajo el sol o por la falta de sueño. Las razones son banderas que despliegan los débiles de espiritu, pensó. Se acercó a la pared y miró hacia el cielo. Las nubes se cortaban en un final impreciso, donde la corvatura del cemento o de lo que mierda fuere hacían parecer inminente la caída de los ladrillos. Hizó la cabeza para atrás y se
alejó un par de pasos.

- Creo que tenemos dos alternativas, nomás.

Frente a él, centro y dos direcciones. Opuestas. Las alternativas que se saben resolver arrojando una moneda al aire.

- No, con la moneda no.

Se palpó los bolsillos, cerca de los revolveres y, sacando un doblón dorado, vio el rostro de su padre cortado en el aúrico perfil. ¿Cuanto tiempo desde el primer paso? ¿Desde la primera noche durmiendo bajo nubes oníricas cuyos límites se disolvían en el polvo estelar? Ya hacía tiempo demasiado tiempo.

- No. La moneda no.

Durante un segundo, durante lo que dura un estampido en morirse, Sol, tiempo, pared, centro, nubes, todo, habían sido una cosa. Incluso las ropas que quedaron sobre la huella de un camino desaparecido hace tiempo, sin que haya nadie para usarlas.

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