En la apostasía de todas las historias
queda callada la voz de un hombre que camina
desandando trechos milenarios en un horizonte
cargado de misterios sombras
energía
y anagramas
de figuras oscilantes
en las llamas muertas
y sus rastros difusos ocultos en la aurora.
Bajo la luz del desierto que frecuenta
gotean unas estrellas de muerte
colgadas bajo la violeta atmósfera
que pende sobre la arena de los dioses,
infranqueables en universos contenidos
en la eternidad trigueña.
Una sombra que
es un
ala
espectro
sacerdote
hechicero
acaso Dios
y finalmente un muerto
vuela en donde se pierde la vista
a los pies de las montañas,
fantasmas oscilantes
de un espejo forjado en los albores
del rompiente ocaso.
El estampido transformado
en el prefacio de la sangre
deja una muestra de cuan pérfida
es la inocencia a la cual alabamos,
mientras recogemos del suelo
las plumas caídas en desgracia
bajo las pisadas invisibles
de nuestros compañeros.
En la soledad infinita de la arena
basta con seguir el resplandor estelar
para ver cuanto el mundo se ha movido.
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