Es muy duro leer artículos periodísticos en retrospectiva, me he dado cuenta. Más aún en estos días en que releí “Llamada Internacional”, de Osvaldo Soriano (“acá va de vuelta este pesado irremediable”, seguro estarán diciendo), al terminar con “Rebeldes…”, y me he dado cuenta, con el triste pesar e alguien que aún cree (muy a pesar de que trate a veces de negarlo) en esas utopías inviables, que lo vivido y sufrido hace cinco años no sirvió para nada.
¿No es tiempo de preguntarnos lo poco que hemos logrado con el “que se vayan todos?”
Eso es lo que más llama la atención cuando uno lee crónicas viejas. Encuentra nombres que en su momento sonaban nuevos, a oídos de muchos (incluso de los muchísimos que vivieron esa etapa), sonaban como verdaderas alternativas al cambio.
Y el cambio se dio. Lástima que del peor modo: Destruyendo la estructura política de un país que venía a duras penas arrastrando una batalla por la desigualdad social y por la equidad de derechos. Las estructuras fundacionales básicas de una verdadera democracia partidista son los partidos, de los cuales el único que queda, hoy por hoy, es la Unión Cívica Radical, que a nivel nacional todavía carga con las cicatrices y los errores grotescos de un gobierno que lo único que hizo fue cambiarle el nombre a la frivolidad de los noventa. Y el Partido Justicialista, muy a pesar de Perón y todos los que murieron por una causa ambigua y contradictoria, se encuentra hoy manchado por los escándalos de corrupción de la década pasada y la actual, por el arraigo sindicalista, que se preocupa más por la política que por los trabajadores a los que dice representar, por todos los políticos que ultrajan, cada vez que entonan la marcha peronista, los significados que tuvieron esas palabras no sólo para los miembros del Partido, sino para toda una generación de trabajadores argentinos.
¿Cómo no pensar, entonces, que la utopía no ha muerto? No sólo en los grandes referentes nacionales, sino en los locales, en las intendencias y gobernaciones de ciudades, donde el radicalismo se prostituye con el juecismo y con el kirchnerismo, donde se preocupan más de la demagogia y por el discurso populista, por las obras que se anuncian pero no se hacen, que por las verdaderas heridas que arrastramos: la desigualdad social, la falta de una verdadera cultura e identidad (importadas ahora desde los países centrales), el terrible flagelo de la educación y la salud.
Córdoba es un ejemplo de esto: Giacomino, es ex radical; Olga Riutort se postula a intendente después de perder las internas del Partido Justicialista; Chuit se candidateó sin estar afiliado al partido; Campana saltó de la Unión Cívica Radical al Partido Nuevo, y de ahí a las filas del delasotismo. ¿Somos sordos, acaso, que no somos capaces de escuchar lo que dicen los santiagueños sobre Schiaretti? ¿No tenemos olfato, ni tacto, para darnos cuenta la suciedad que embarga a nuestra Córdoba querida? ¿Carecemos de nostalgia por un mundo al que tanto se deseó, por el que tanto se peleó, y que murió en la nada?
¿Qué somos, hoy por hoy? Decir que somos el producto de décadas de vaciamiento intelectual y cultural sería exponer sólo un pequeño fragmento de una tristísima verdad. La culpa de esto va más allá de las que se le pueden adjudicar a gente como los políticos de hoy o los de siempre. Hoy somos argentinos, y mañana lo seguiremos siendo, con todas nuestras tragedias nacionales y olvidos a cuestas.
Ahora, hay que darse cuenta, tenemos la oportunidad de llevar el cambio hacia delante, por más que la fría realidad de los números nos indique lo contrario. No tenemos que dar por vencido el sueño de una patria mejor, capaz de sobrevivir a los avatares de un pasado oscuro, y encarar al futuro con la esperanza que algun día seremos capaces de aprender de todos nuestros errores.
No hay olvido. No hay perdón.
Saludos desde acá.
This Post's Soundtrack: Emigrate - Wake Up!
0 sorprendidos por semejante idiotez:
Publicar un comentario