jueves, febrero 07, 2008

Diario: Día 6

Día 6

“Me quede sin nada
De tanto por decirte

Tan sólo soy uno más
Que junto a vos resiste”

Almafuerte – Debes Saberlo


Hoy, que llueve, y que estoy encerrado acá sin poder coordinar tres ideas coherentes en mi cabeza, lo único que atino es a contemplar el techo y pensar. Hay temas recurrentes, que van desde las dudas existenciales que nos atormentan ante ciertas situaciones en donde la desazón, hasta algunas trivialidades surgidas del devenir diario de los días.

No sé en que pienso. Trato de no volver a la distancia que me separa de ella, pero es una especie de fantasma ubicado detrás de puertas que necesariamente deben ser abiertas. No creo que las abra hoy, ni muy pronto tampoco. Es algo que siempre cuesta enfrentar, y en donde la mirada siempre es dolida y se termina desviando hacia las paredes, para tratar de encontrar una respuesta, pero en donde vemos los recuerdos que genera su ausencia.

Las paredes siguen vacías. Parece como si hubiesen pasado meses desde el momento en que escribí la primera página de este diario y parecía que le estaba escribiendo una carta a ella. Tal vez porque esperaba, en ese entonces, que de algún modo te enterarás de la existencia de este cuaderno, lastimero atisbo adolescente, y que me leyera. O que me buscara y viera que en el dolor de los latidos hasta el orden que alguna vez le dimos al mundo se va al caño.

Pero no. Hoy trato de no pensar en ello. Los días mutan y mutaran, en ese paseo extraño en el que los acompañan las horas, hacía frágiles efemérides que serán ausentes para todos, excepto para mí. Sólo sufriendo uno aprende el concepto del dolor, y a mi las horas de su ausencia, de sus últimas palabras, de las paredes vacías que reclaman por la posesión de un fragmento de su identidad, me duelen. Como la gran puta me duelen.

No me importan las fechas. No hay nada de fehaciente en ellas. Puede que me pregunte o me pregunten más adelante sobre cuales fueron los momentos en que el sufrimiento tuvo una forma latente, palpable, frente a mis ojos, y yo les diré que fueron tal o cual período, pero siempre inexacto. Los calendarios no significan nada ante las lágrimas que nublan tanto al ojo como al mundo que este trata de vislumbrar. Pariente de la niebla es el llanto. No hay certezas en las figuras que a través de ellos se vislumbran.

Hoy, con la lluvia golpeando en la ventana y opacando el silencio de la tarde en Córdoba, trato de no pensar en nada, para terminar dándome cuenta de todos esos problemas que subyacen debajo de una capa de aparente tranquilidad. Me imagino un bosque, entonces, en donde la tragedia es inconcebible, hasta que la tormenta desata un infierno en él. Nada volverá a ser lo mismo después del paso de una llama certera por el combustible que la enardece.

Pendido sobre la ciudad de Córdoba, soy un bosque en llamas.

No hay una cronología certera en esto que escribo. Los días se preceden uno a otro, pero el ánimo o la intrascendencia hacen de ellos granos de arena perdidos en el desierto. Los desastres no admiten improvisaciones, como tampoco preparativos. Sólo llegan. Vientos que atropellan la mesa y hacen volar la baraja por los aires, anulando la mano en que s jugaba, sin importar las cartas que el azar pudiese haber puesto en las manos de cada uno.

Pienso en las cicatrices. Las que se ven y mostramos, con cierto orgulloso desdén, para las que admiren, y las que nos carcomen por dentro, infectas en pus y que nos hacen recordar que, a pesar de nuestros esfuerzos por curarnos, tendemos a tropezar y rasparnos las rodillas. Nunca hemos lograr salir de primer grado, creo a veces. Nunca aprendemos de los errores y ensayamos siempre nuevos intentos para caernos y rasparnos nuevamente. ¿Despertaremos pena, así? ¿Lograremos llamar la atención escalando más alto, puliendo todos nuestros defectos, para mostrar al final, que somos lo mismos que habíamos intentado cambiar?

Nuestra naturaleza no comprende los cambios. Así como vamos, volvemos. Más cultos o menos vestidos, más tímidos o extremadamente verborragicos, pero en esencia los mismos. Hijos de puta con más o menos palabras, con peores o mejores ropas, pero hijos de puta al fin.

Una breve reseña del huracán. No hay orden, en cualquier sentido en que se pueda aplicar esa palabra, en este mundo que me contiene, que llega hasta el balcón y se convierte en una forma gris incomprensible de sombras. No quiero saber cuanto tiempo he estado así, contemplando las aspas del ventilador girando con una lentitud hipnótica. Mis libros se mezclan y en mi los argumentos se pierden en hilos que no puedo seguir. La discografía es igual. Ningún disco está en la caja que le corresponde, pero aún así encuentro las palabras que le dan forma a estas palabras.

Hace ya mucho tiempo escribí mi primer texto al que pude definir mío. No importan los años. Ayer es ya “mucho tiempo” cuando el paso de los minutos es desesperante como el calor de la noche. Es un texto vulgar, ajeno a reglas de estilo y cosas por el estilo, lleno de lugares comunes. Decir “lugares comunes” es, hoy, un lugar común, cierto, pero aquella poesía se encontraba lleno de ellos. Y, sin embargo, me enorgullecía.

La escribí en una época en que los límites eran imprecisos y no importaba que todo se consumiera. El polvo es inevitable. Yo lo comprendí por aquellos días, pero quise creer que no me importaba esa verdad. Once you know you can’t never go back. Ahora, ya no creo en definiciones antojadizas y en las grandes diferencias que los hombres se empeñan en hacer existir. Compartimos el mismo destino, las mismas desgracia, los mismos sueños y hasta las mismas distancias insalvables.

Lástima que la intrascendencia diaria no les permita a todos el mármol de la gloria.




I heard your voice through a photograph

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