jueves, febrero 14, 2008

Parte II

Antes de leer esto, leer esto.


¿Hasta donde correr?

El desierto, con todas sus pesadillas y sus alimañas, había quedado atrás de aquel estampido liberador. Un grito de paz para silenciar esa voz que lo oprimia, y que lo había terminado llevando hacía ese final impreciso que suelen ser las paredes en los desiertos.

Negó agitando la cabeza, tratando de alejar todas aquellas ideas del pasado. Tratando de dejar esas heridas pudriéndose entre la arena, la piedra y todos los relojes rotos que se negaban a correr. En su cabeza, una pequeña cicatriz mantenía el rostro de su padre flotando y brillando aún bajo la noche que se alejaba.

Tenía que correr, sin importar hasta donde.

El camino guiaba sus pasos y se moría detrás de él. No había sombra que devorara la nube de polvo que levantaban sus pies descalzos. No le importaba. Su mundo de negaciones era una constante a la cual la costumbre le daba un manto de cinismo y un aspecto pesimista. No había certezas para la desnuda piel que cruzaba por las ruinas de un pasado incierto. Los días vividos habían quedado en sus ropas, lejos, en un camino que moría frente a una elección infinita y al destello de una moneda girando en el aire.

Con las hojas flotando en ese otoño atemporal, tejía en su mirada los cabellos amados. Los rubios hilos formaban los centimetros de una piel que sentía tan propia como las alternativas negadas y el latir de todos sus sentidos más allá de su conciencia.

Estaba en casa, en el principio mismo de la figura que lo había desvelado y que ahora encontraba de vuelta forma y presencia. Todo el resto era una mala noche, donde se habían acontecido y se iban a dar las peores pesadillas de las que alguien pudiese tener memoria. Estaba en casa.

- Susan - dijo, mientras la estrechaba entre sus brazos y apoyaba aquella cabellera trigueña sobre su pecho cruzado de cicatrices.

El despertar de los placeres, la reanudación de un baile interrumpido por el destino, el ka, todo se conjugaba en sus lágrimas hirientes. Destrozaban el cuero en su paso y, violentas como la sangre, cubrían de purpureo deseo toda la superficie que ambos compartían.

- Toma, Roland - le dijo ella, tendiéndole las armas y dejando que su sombra se hiciera la de ambos.

Así era la forma que había tenido el principio, tanto tiempo atrás.



imagen rob... tomada prestada de la página de Stephen King, con toda la caradureza del mundo; perteneciente a la novela gráfica de "The Dark Tower"

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