jueves, diciembre 13, 2007

15 Minutos a Solas: De balances y otros males modernos

Ya llegan las fiestas. Ya el calendario inicia su alocada carrera hacía los peajes atestados, las playas llenas de gente, las sierras colmadas de ruido. Se acercan las fiestas, y el calor, que dijo “presente” hacía septiembre, ahora dice “con permiso”, y se instala, no sin hedonista complacencia, en todas las casas, incomodando pero sin acusar noticia alguna de esa incomodidad.

Y en estos tiempos, como si de cualquier empresa se tratara, se realizan, de forma conciente o no, mentados “balances”, donde multiplicamos nuestras desgracias y minimizamos nuestras victorias, más que nada para tener un motivo por el cual quejarnos si los últimos cartuchos guardados para esta época resultan ser tan sólo balas de salvas.

¿Qué se puede decir sobre un balance? En su versión contable, un balance es una hoja larga, de diez o doce columnas, donde se anotan, con mística vehemencia, los resultados y los movimientos finales que tienen todas las cuentas, para ver si se ganó o se perdió plata. En la versión románticona de ver lo que pasó en el año, se resumen en dos columnas, bueno o malo, así que se hablaría con mayor propiedad si dijéramos que estamos “mayorizando” el año, para tratar de cerrar con un saldo positivo, lo que derivaría en un brindis lleno de gracias, o, si cierra en rojo, en un cd de My Chemical Romance, Green Day o la banda emo de turno, comprado especialmente para pasar las navidades con una pesadumbre en el alma, más allá de los oidos.

No se puede estar ajeno a esta moda, porque necesitamos respuestas certeras. Inamovibles. No nos gusta, nos incómoda, dejar algo librado a la libre interpretación y por eso necesitamos caratularlo, aunque sea para archivarlo y dejarlo olvidado en un gabinete gris. Los “peros” son interpretados como excusas y resultan ser la bandera que enarbolan los indecisos a cada momento. “Pero” esto, “pero” lo otro. Y en estos días sirven para tratar, algún modo, salvar el año que ya se acaba, que tiene el mortal 31 ahí nomás, en la esquina inferior derecha del calendario.

“Fue un año de mierda, pero por lo menos bla bla bla bla”, se les oye decir a más de uno en casi todas las calles del país.

No es malo hacer balances tampoco, mientras nuestra vida no esté dirigida y centrada por dos columnas invisibles donde se registren cuentas. Se pierde la libertad, si empezamos a anotar todo y cada uno de los movimientos que vamos haciendo, analizando cada carta antes de jugarla. Se pierde lo bonito que tiene el azar, la incongruencia, la inexactitud. La vida no tiene porque ser un libro donde cierren todos los números.

Y, sin embargo, llegan las fiestas, y hasta el más liberal y progre empieza a meditar, en todos lados, si les ha ido bien o mal. ¿Son aplicables estos conceptos al teórico balance que se realiza? Que tenga dos columnas para anotar lo bueno y lo malo no significa que el año se termine bien o mal, porque por cada “mal” que nos ha pasado, hemos sacado algo a cambio. Desde una fuckin’ moraleja hasta una contrapartida en los hechos. Por el azar se rige la vida, y en el azar siempre es más probable perder que aceptar, pero cuando se acierta las ganancias son cuantiosas.

El año se termina. Y punto. No hay que darle matices depresivos o falsas excusas para tratar de hacerlo más alegre. Son como los cumpleaños. Uno no crece de golpe el día en que su libreta marca que tiene un pirulo más, sino a lo largo de todo el tiempo en que se la paso viviendo. Vivir es crecer, y resulta ser la única actividad que no nos gusta a la que no le podemos poner excusas.

Yo termino el año, que tuvo sus cosas buenas y malas. No fue “un buen año” o “un mal año”. Tuvo sus cosas lindas, como sus momentos de dudas, al igual que momentos de mierda, que se pagaron con lo que aprendí ahí o con lo que reflexioné después. Conocí mucha gente, me recontré con otras y a terceras las dejé finalmente en un irrevocable pasado. Perdí la cabeza por alguien, pero fue el precio que pagué por un instante con ella. En cosas pequeñas es en donde todo se pasa factura.

Y, al fin y al cabo, hacer balances es parte de una cultura exitista que deberíamos dejar atrás. No puede existir una sociedad donde todos se crean, de algún modo, ganadores. No habría perdedores de los cuales burlarse, además de ser estadísticamente imposible. Si todos ganáramos, ¿sobre quienes ganaríamos? Y si para ganar hace falta alguien que pierda, ¿no quedaría nula la ecuación?

Decía que los “balances” viene de una cultura arraigada en donde es necesario el éxito para sentirse bien. Yo no soy exitoso, en muchos campos, de acuerdo a la concepción social del éxito. Es más, hasta me considero, y mucho de ustedes lo saben, un “proyecto a largo plazo de idiotez”. Pero no me siento mal por eso, sino que hasta cómodo y feliz. Porque no espero nada más allá de lo que yo pueda hacer o no, quiera hacer o deje de hacer. Hay que dejar atrás esas columnas diabólicas y enfocarse en lo que es importante. Crecer, como personas y como sociedad, para que no se repitan vergüenzas como las que se han visto a lo largo de este año.

Los años pasan, en fin, y ellos no crecen. Sino que, quienes crecen, somos nosotros

0 sorprendidos por semejante idiotez: