viernes, diciembre 14, 2007

Diario: Día 4 - Tarde

Día 4 – Tarde

“Tired of lying on the sunshine
staying home to watch the rain
You are young and life is long
and there is time to kill today”

Pink Floyd - Time


No se deja abatir, el infierno este de llamas azules. Eso que estoy acá tirado, mirando mi reflejo palpitando erróneo por encima del zumbido del ventilador y del apagado murmullo del aire acondicionado. Por la ventana entran, como en toda la ciudad, ruidos, voces, risas y hasta lágrimas escondidas en palabras cargadas de dolor. Sudado, con ella tirada mirándome al lado, así son las cosas que les viene a uno a la cabeza en momentos de quietud siestera.

Le tendí el papel a la mujer esa en el café, y salí caminando, en busca de entretenerme con alguna vidriera o viendo alguna película. Pequeños vicios que habían quedado en segundo plano, relegados dentro del ámbito de la convivencia en pareja. Sacrificios que resultaban necesarios, en su momento, para tratar de conllevar esa empresa ardua denominada “noviazgo”. No los extrañé, ahora que pienso que tengo mis biblioteca semi vacía, mis dvds prestados, mis comics archivados vaya a saber donde, mis cds “digitalizados” porque los originales no recuerdo el estante donde los había dejado. Hasta que todo salto al carajo, digamos.

Pero ya está. A 4 días ya. O 5, como quieran verlo. Ahora, por esas extrañas circunstancias, contemplo una silueta borrosa entre las colchas, al lado de la mía, mediante un espejo que está pegado en el techo. Su respiración cálida se siente sobre mi hombro, y sus ojos contemplan mi sien esquiva y una mirada pensativa de ojos celestes, que se entretienen en el espejo. De entre las sábanas, se insinúan deseos mal contenidos y voluntades plagadas de flaqueza, disfrazadas en esos senos turgentes de piel dorada, en el pubis palpitante y en las caderas hirvientes de un placer, que en su momento supo a gloria y que ahora tiene un gusto bastante amargo.

Córdoba es una ciudad difícil para los enamoradizos.

No soy una persona a la que le pasen estas cosas. Por eso las dudas y las cavilaciones. Por eso me pierdo en mi propia mirada, en vez de recorrer de vuelta su cuerpo y dejar todas estas preocupaciones de lado, por un mísero rato aunque fuera. Pero no. No puedo sacarme de la cabeza el sentimiento que hay alguien que está anotando todo esto para pasar a cobrarlo, tarde o temprano, y ese quien sea va a cobrar un poco de más, usando no sé qué excusa.

Me acaricia la cara y la miró. Dejo de parecer egoísta para tratar de comprender que mierda ha pasado en sus ojos. Son preciosos, de un color avellana vibrante. Brillan y no puedo evitar sonreír como un pelotudo, y sus labios también se curvan en una sonrisa. Me siento pelotudo hasta escribiendo esto como si fuese una confesión o algo por el estilo. La besé, y fue uno de los besos más maravillosos de mi vida, llenos de una pasión que en los últimos días había perdido y que, desde que se había ido, creía sepultada sin remedio alguno.

Córdoba es dura e incomprensible para los escépticos.

Me tumbé sobre ella y matamos las horas terminales de la tarde, que empezaba a irse. En esos momentos no importan los minutos, los llamados que puedan estar resonando en un departamento vacío o el calor aplastante que nos golpeará a la salida. Todo se puede postergar, y no existen esas cosas llamadas “compromisos ineludibles”. Para todo hay tiempo, para todo hay excusa. Nunca las 24 horas nos quedan chicas, y las veces que deseamos con fervencia que el día tendría que tener dos o tres horas más es para que podamos seguir haciendo lo que tanto nos gusta, durante dos o tres horas más.

No sé en que momento, hartos de reírnos, recorrernos, besarnos, lamernos, modernos, etcétera, decidimos salir de vuelta a ese infierno que nos volvía anónimos. Lucía diferente y caminamos charlando las pelotudeces de siempre. Las elecciones, la inflación, el estado de las calles. Temas que les importan a los cordobeses. Llegamos al Paseo del Buen Pastor y nos apoyamos de espaldas a los chorros de agua que subían y bajaban, siguiendo de una forma imprecisa e irregular, pero hermosa, los vaivenes sonoros de una obra, que desconozco, pero de indudable belleza.

Acaricié su pelo, donde se detenían algunas gotas de una lluvia invisible, y vi un olvido pronto tanto en sus ojos como en los míos. Teníamos nuestros números, nos habíamos dado la forma en que podíamos encontrarnos, pero algo nos decía que no nos íbamos a volver a encontrar, por mucho más que lo intentáramos.

Córdoba es implacable con los derrotistas.

- Me voy – dijo, con su mano agarrada a la mía y apoyada sobre la baranda. Su mirada seguía iluminante y no pude hacer otra cosa que hacer, mas que dejarla perderse entre la multitud que bajaba hacía la Irigoyen, mientras quedaba solo yo mirando los chorros de agua. Las despedidas resultan ser la peor parte de muchas cosas, porque es en los finales en donde se aprecian los momentos que lo han llevado a uno hasta ahí.

Miré mi mano, y ahí estaba el papel que le había escrito hacía el mediodia. “What looks so strong, so delicate”. Al salir yo, ella me siguió motivada por esa pequeña frase de extraña alegoría. No sé que me impulsó a escribirla, que me movió a dársela, que hizo que todo saliera del modo en que las cosas terminaron saliendo.

Bajo la luz que ilumina estos monumentos, y frente al agua que sube y baja junto a un compás ajeno a estas almas, esas cosas carecen de importancia. Ya habrá tiempo para justificar con sobra los minutos perdidos en esta secuencia errática a la que llamamos días.

Se acercó de vuelta entre la multitud y se apoyó sobre mi brazo. Me miró juguetona, y disparó a quemarropa.

- Me había olvidado de decirte mi nombre.




Keep holding on...

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