lunes, diciembre 31, 2007

Y se fue nomas

Se cumplen, este treinta y uno de diciembre, sesenta y cinco años desde que una ciudad se volvió Troya.

No soy una persona a la que le guste realizar homenajes pero, desde el momento en que leí por primera vez estas palabras, decidí que el último post de este año que se va para siempre, iba ir dedicado a esos caídos anónimos, que hoy tan sólo son recordados por algunos breves párrafos en los libros de texto.

¿Por qué hablar sobre ellos? Porque hablar de una sola persona que luchó y dio su vida por aquello en lo que creía y hasta amaba, que batalló sin tener en cuenta cuan peligroso era ese combate, es hablar sobre todos que alguna vez la tuvieron que remar y pelearla, para tratar de salir adelante. En homenaje a ellos, en homenaje a ustedes, que seguro tuvieron sus batallas, sus decisiones duras e improvisadas, aunque definitivas; les regalo una de las páginas que más me conmovieron este año.



“A las diez de la noche del 31 de diciembre, la artillería rusa en torno del Kessel estalló en una frenética celebración de la fiesta. Dado que sabían que los artilleros soviéticos se regían por el horario de Moscú, dos horas adelantado según los relojes alemanes, los soldados del VI Ejército se habían preparado para el diluvio. Acurrucados en sus zanjas, soportaron durante quince minutos las salvas que daban la bienvenida a un año que prometía ser glorioso para la Rusia soviética.

En el interior de Stalingrado, las esperanzas de las tropas rusas rayaban en lo más alto. El puente de hielo a través del Volga era la principal razón de su actitud. Desde Acktuba y Krásnaia Slóboda, cruzaban ahora el río cientos de camiones, con trajes blancos de camuflaje para reemplazar los destrozados uniformes gris marrón. En medio del río, directores de tráfico indicaban a los convoyes de alimentos los depósitos instalados debajo de las pendientes. Las cajas de latas de conserva americanas empezaron a esparcirse por las zanjas excavadas a lo lago de la línea defensiva desde Tsaritsa a la fábrica de tractores. Las municiones se amontonaban ahora en los puntos donde los artilleros rusos disparaban proyectiles anticarros contra los soldados alemanes aislados.

Durante la Nochevieja, la disciplina en el revitalizado 62.º Ejército se relajó y, a lo largo de la orilla, los oficiales soviéticos de elevada graduación organizaron una serie de reuniones en honor de los actores, músicos y bailarinas que visitaban Stalingrado para entretener a las tropas. Uno de estos artistas, el violinista Mijail Goldstein, se alejó y se dirigió a las trincheras para llevar a cabo otro de sus conciertos de solista para los soldados.

En toda la guerra, Goldstein nunca había visto un campo de batalla parecido a Stalingrado: una ciudad terriblemente destruida por las bombas y la artillería, con montones de esqueletos de centenares de caballos descarnados por el hambriento enemigo. Y como siempre, también aquí se encontraban los siniestros policías de la NKVD rusa, que permanecían entre la línea del frente y el Volga, comprobando la documentación de los soldados y disparando a los sospechosos de deserción.

El horrible campo de batalla conmovió a Goldstein y tocó como nunca lo había hecho antes, horas y horas, para unos hombres que, obviamente, amaban su música. Y, aunque todas las obras alemanas habían sido prohibidas por el Gobierno soviético, Goldstein dudaba de que ningún comisario protestase durante aquella noche. Las melodías interpretadas por él fueron dirigidas mediante altavoces hacia las trincheras alemanas y, de repente, cesó el tiroteo. En el espectral silencio, la música surgía del inclinado arco de violín de Goldstein.

Cuando acabó, un gran silencio cayó sobre los soldados rusos. Desde otro altavoz, situado en territorio alemán una voz rompió el hechizo.

En un vacilante ruso agregó:

- Toque algo más de Bach. No dispararemos.

Goldstein volvió a tomar su violín y empezó a tocar una viva Gavotte de Bach.”



No me convence mucho algunas partes de la historia. Obvio que cierto revisionismo y algo de parcialidad se ha filtrado en esta parte del relato, pero el surrealismo es algo con lo que el ser humano ha aprendido a convivir. Basta hacer un poco de memoria y ver nuestras tragedias propias, las argentinas como sociedad, o las personales que nos marcan, y un cierto halo fantástico pende sobre ellas, como un dejo onírico que hay otra manera, o que debe existir de algún modo, otra visión del mundo, a la cual aun no estamos presente.

Esos hombres ahí, escuchando un violín desgarrando el dolor de sus compatriotas, pidieron por un pedazo de una patria que pronto les sería ajeno. Esa lágrimas que corrieron pero no quedaron en la historia son las razones por las que nosotros no debemos bajar los brazos.

Hay un año nuevo, 366 días que están ahí esperando a que les demos batalla

¿Acaso los vamos a decepcionar?

2 sorprendidos por semejante idiotez:

Antuchi dijo...

Feliz 2008 Matu!!!
y que comience la guerra (???)

El Holandés Herrante dijo...

Wow.
Intenso. Muy intenso.