sábado, diciembre 22, 2007

Cuento 1

Marchaba con el paso errante que tienen todos los que saben que la condena que tienen en su cabeza es inmutable. Había perdido esa discusión clásica, inservible, donde muy pocas veces, casi ninguna, se ha logrado cambiar el curso de los acontecimientos. Cargar con esa otra derrota, más la que se anticipaba, sobre sus hombros era, para cualquier hombre, demasiado.

Pero no para él. No. Una situación más como esa no significaba nada. Todas las tardes se forjaba como héroe o villano, en el papel cambiante de las luces que lo iluminaban y los encabezados que lo condenaban. Eso estaba en la esencia de la piel que vestía y en la fatalidad que lo portaba.

Metros más allá, viéndolo avanzar refunfuñando, dos muchachos conversaban alegremente, motivados por la carrera que se acaba.

- Mirá que después de esto se acaba – dijo uno.
- Sí, ya sé. No tengo drama.
- Pero mirá que vos sos un pichon, eh?
- De todos modos, no tengo drama.

Tal vez debatían sobre algo más que la experiencia. Desde esa distancia eterna de doce pasos a sus oídos llegaba un murmullo apagado, como de otro mundo. Pensó en una radio mal sintonizada, hablando para nadie en especial bajo el celeste horizonte colmado de trigo que hay en los campos. Igual de vacías le parecían las discusiones sobre el protagonismo. Debe haber sido porque él, para bien o para mal, siempre le tocaba el papel de ser protagonista.

- Miralo al cagón, como se relame – dijo el primero, que no quería ceder – ¿Tas seguro que lo queres hacer?
- ¿Tengo cara de no querer hacerlo? – respondió, con una extraña sonrisa colgando sobre la comisura de los labios.
- Y, la cara te vende pendejo. Pero acordate que no hay oportunidad como esta.

El hálito contenido entre las estatuas que lo rodeaban extendían esos escasos metros hasta el infinito. Nada contiene más que las miradas penetrantes separadas por rostros inescrutables. Los duelos son así, y pestañear es el momento en el cual algunas veces más que la paciencia suele perderse. Congelado pendía entre ellos el discurso, los encabezados y las estadísticas. Esperaban la espera que desata un rugido naciendo.

Sonó el pito. Y fue gol.

0 sorprendidos por semejante idiotez: