viernes, agosto 17, 2007

No fue un viernes cualquiera

Hoy, al llegar a las ocho de la mañana a casa, tuve la ligera sensación que no sería un día como cualquier otro. Y menos que menos, como cualquier viernes anterior y olvidable que ya habían acontecido antes. Puede que haya influido mucho las pocas horas sueño, la fastidia de la espera, el cómodo asiento o la sugerente mirada de aquella muchacha enfundada en un uniforme escolar perfectamente reconocible, pero les sabría decir que en el aire se podía respirar la inminencia de un día que resultó ser un tanto anormal.


Dos horas más tarde, a las diez y con una gran puteada en los labios, me desperté sobresaltado por el timbre del teléfono. Mi madre, haciendo caso del pedido que me llamara cuando hubiese "certezas, no rumores", había, solícita, levantado el tuvo y llamado. Aprovechó la oportunidad y me dio la mala (pésima, por lo vendría después) noticia que debía sacar un papelito inutil y perdible, llamado "Declaración Jurada de Identidad". Eso significaba ir a la policía. Otra vez.

Después de perder dos horas con el interminable trámite, encaré hacía la tan cercana ciudad de Córdoba, con el ánimo algo alícaido por el silencio y las historias de infamias y derrotas que me separaban de los fantasmas de este último año. Sumado a esto, no había asientos, tenía sueño y una señora me incomodaba mucho a la hora de leer, pero no cedí ante el impulso de mandar todo a la mierda y pedirle disculpas y preguntarle si podiamos empezar de cero.

Sepanlo. No hay olvido, no hay perdón. Antes el fin de los días que mirarte a los ojos con un falso arrepentimiento en la lengua.

Baje del bondi justo detrás de ella. Su ligero aroma quedó flotando unos segundos. No hice otra cosa más que bajar y correr a tomar un taxi, porque el banco cerraba. Resistir, nunca flaquear. Demostrar que el tiempo favorece siempre a los que corren, no a los que esperan. Acordate además que fuiste vos la que hizo el amague de un saludo aquella otra tarde.

Llegué al banco, cobré y sali a errar por las calles del centro, buscando libros. Sí, libros. ¿Algún fucking problema con eso? Tardé un par de horas en encontrar una mínima parte de todo lo que queria. Una lástima, pero no podría llevar todo lo que queria. No habría sueldo que aguante.

El bondi de vuelta. Otra mirada que invita a pensar algo más. Pero no. Mejor no. Nunca iba a estar en mi naturaleza hacer eso. Tardé en comprenderlo, pero, como cada vez que uno sufre esa clase de epifanias, lo acepté naturalmente. Era un fucking fact of nature. So... go fuck yourself, nature.

Llegué a casa, compré unas pepas. El encanto de su mirada me perseguía levemente en el recuerdo, pero el sueño fue mucho más fuerte. El inventario de mi desesperada caza en Córdoba quedaria para más tarde.

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