jueves, agosto 23, 2007

Un Cuento Policial

“Es impresionante que del más recóndito lugar aparezca el germen bendito de la inspiración”, pensaba mientras veía arrastrarse a la cucaracha a través del piso del hospital. “Este lugar se cae a pedazos”. Sonrió divertido. Formaba parte de esa decadencia adorable.

Una hoja bailó detenida frente a su ventana. Sólo veía su sombra aprisionada en el halo de luz que daba contra el vidrio. Corría un viento frío que hacía tiempo nadie sentía. Era su segunda vez. Y la radio parloteaba a su espalda.

Se inclinó vehementemente sobre el teclado, y sus dedos empezaron a descifrar la sinfonía literaria que su mente enmarañaba, tratando de ocultar una inútil respuesta. El bicho seguía huyendo hacía la pared como último límite, sin darse cuenta que más allá no habría de pasar, a pesar de su fe ciega en los finales imprecisos y franqueables.

La figura borrosa se habrá desplazado hacía su costado sin que él se perturbara de su presencia. El viento golpeaba contra la puerta y su corazón, de seguro, se habría sobresaltado más de una vez en esa noche helada de Córdoba.

La idea iba tomando cada vez más fuerza dentro de su cabeza, a un ritmo que sus dedos a duras penas podían llegar a traducir. Las noticias que la locutora pregonaba con voz chillona morían en la pared, sin hallar un oído amable dentro de la vacía guardia.

Podía ver esa extraña forma que se desplazaba a su alrededor, rodeada de un aura misteriosa. No parecía ser algo físico, humano, sino más bien parecía ir cambiando segundo a segundo, como si estuviese bailando al ritmo del golpe martilleante que hacía su sobre el teclado.

“No hay mayor desgraciado que aquel que no puede olvidar”. La frase pareció resonar en las paredes de su cabeza, y la murmuró en voz baja, haciéndola real, aunque sabía que podía llegar a traerle más de un problema. Pero la escribió lo mismo. Ese juego le encantaba.

Habrá estado escribiendo, despreocupado por lo que sucedía alrededor. Al fin y al cabo, la noche de un fin de semana, en un lugar deprimente como este, debe dar una verdadera razón para sentirse de ese modo. Debe de haber estado sumergido en su propio mundo, meditando sobre errores e historias inconclusas.

En un estallido vibrante de música, la vida pareció cobrar un poco más de sentido. ¿O había sido el hecho de haber encontrado, por primera vez, la punta del ovillo que había perdido hacía tiempo?

“Dale, seguí así”, la voz de su inconsciente lo empujaba cada vez más adentro de las enfermizas reglas del maquiavélico juego que se terminó disponiendo a jugar. Estaba decidido ir hasta las últimas consecuencias. Estaba convencido de eso.

“No hay nada de malo en ello”. Esas palabras no pertenecían al muchacho que, errante, trazaba la historia de una cucaracha que cruzaba el piso de un hospital. Miró a su derecha.

- ¿Qué demoni...?

La oración quedó para siempre inconclusa.

Algo parece haberle llamado la atención en el culmine instante. Su mirada sorpresiva de vacíos ojos ahora se pierde en la pared detrás de mi espalda. No parece percibir la luz azul y roja que entra por la ventana abierta, acompañada de ese frío inusual y el viento que se cuela por los vidrios rotos detrás de el. Sus oídos sordos han quedado para siempre.

La caja esta cerrada, con todo el dinero que se supone tiene que haber. En sus bolsillos hay un derruido documento, unos abonos canjeables para el transporte, y el aroma nauseabundo del cuero de su billetera, donde Belgrano me mira con su cara marrón de prócer, prostituido en el papel que mueve y mata nuestros sueños.

No hay motivo para creer que haya sido otra cosa más que...

“El resto de la historia a pocos le interesa”, escribe tímidamente, mientras fantasmales pasos lo acompañan, y siente el cálido respirar de algo a lo que desconoce, pero que desde siempre lo ha esperado.

Punto final. Sonríe satisfecho. Cree que ha escrito un gran cuento policial. Y entonces decide mirar para su costado.

“¿Qué demonios?” quieren ser sus últimas palabras.

Una cucaracha, asustada, corre a través de la guardia, buscando esconderse del estruendo y la tormenta que se desata por esos lares.

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