jueves, noviembre 29, 2007

Diario: Dia 2

Día 2

“had a sign in my hand
cause the time were no good”

The Hives – A little more for little you

Con pereza, después de una noche cargada de horas, pesadillas y destemplanza, logré abrir los ojos y aprestarme para salir adelante, paso a paso, por el resto del día. La habitación me recibió con tu ausencia cínica, de horrores vedados que se anidan en lo profundo del ama, y en el techo dibujaba sombras grotescas, reflejos de una vida que corría detrás de las paredes que daba por sentado durante un tiempo me serían infranqueables. Tomé este cuaderno y redacté las primeras notas de la mañana, ajeno a lo que marcaba el reloj detrás de mí. El silencio contemplaba sobre el calor que se iba amontonando debajo de la puerta.

Escribí un par de boludeces que terminaron tachadas. Ninguna idea terminaba por cerrarme, por muchas vueltas que les buscara, y desistí. Dejé el cuaderno sobre el lugar que ocupaste durante tanto tiempo a mi lado, con un pensamiento que se me venía de fomra recurrente a la cabeza: EL fragmento de una canción que tiempo atrás nos había parecido espléndida y que ahora me resultaba, en particular, desagradable y que, desde tu ausencia, se me hizo presente durante todo este largo día.

Insalvable. La puerta, la pared, las ventanas, el ruido colmando cada rincón, escurriéndose entre añicos amontonados y desparramados a lo largo del todo. Es difícil lograr diferenciar esta tragedia de todas las anteriores, de todos los escollos superados, de tantas mañanas acontecidas; de este mutismo escultural de paredes mudas y pasos resonantes. ¿En que momento el declive de la vida nos llevó a esta posición, conmigo en este lugar muerto y a ti entre ensoñaciones esquivas de noches tormentosas?

Decidí salir y vivir un poco. Tratar de superarte, aunque más tarde me di cuenta que no estoy escribiendo un diario, sino más bien una carta larga, como si estuviese tratando de mantener ese vínculo inexistente que antes nos había unido. ¿Por qué escribir “te” en vez de “le”, por ejemplo? No lo sé. Me siento cómodo hablándote desde esta distancia que ahora pone un mundo de diferencia entre esta persona torturada que estampa su vos sobre el papel y vos, que puede que me leas o no, dentro de días, meses, años de diferencia. Por esa razón, creo, escribo este soliloquio eterno, como si hubiese alguien del otro lado que me estuviese escuchando y fuera capaz de estrecharme en un abrazo, como tantas veces lo habías hecho antes. Tal vez tener tu recuerdo presente y la esperanza de tus brazos son las respuestas.

Son costumbres difíciles de erradicar, las del desolado.

Salí a la calle, prometiéndome no flaquear al cruzar las esquinas donde supimos encontrarnos y perdernos, pero algo dentro de mí sabía que estaba dispuesto a subir escalones, torcer calles y recordar portales, en busca de la nostalgia y a la vez movido por ella. El mensaje de un amigo había sido el catalizador y fui derecho al bar. Derecho, si no se toma en cuenta el laberinto de edificios y pasajes que recorrí con nada más que vos dentro de mi cabeza.

Dios. Tengo que sacarte de encima. ¿Ves porque no sirve de catarsis escribir sobre eso? Para sacarte de encima mediante las palabras debo llevar el dolor al límite difuso de mi piel, sudarlo e impregnar las hojas y el aire con el aroma pestilente del sufrimiento. La única forma de llegar a esa extrema agonía es llorando cada gota y dejarme caer ante tu presencia etérea y onírica. Tengo que liberarme de ti, pero este catalogo de días y torturas es más fuerte de lo que en realidad aparenta.

Me encontré con Alejo en el bar en que nos habíamos citado. Él estaba en la misma desesperada situación en la que yo me encontraba, pero no parecía ser tan urgente, aunque en su cara pude ver ciertas reminiscencias con el hombre amanecido ayer en el espejo de mi casa. Nos estrechamos en un abrazo fraternal y tomamos asiento, detrás de humeantes tazas de café, puestas ahí por las temblorosas manos del mozo. En sus gestos había cierto temor, como si fuéramos presagios de una terrible enfermedad. Yo, en cambio, lo reconocí ya preso de la misma dolencia que cada vez parecía tener más adeptos. Debe ser que en lo rostros de una ciudad tendemos a poner nuestros propios malestares.

Conversamos largo rato y al café terminaron sucediéndoles platos de comida, un par de cervezas y otro café, como postre. La luna se alzaba sobre el perfil iluminado carente de estrellas cuando nos despedimos, ambos dolidos por las tragedias del otro y sufriéndolas sobre nuestras pieles. Las calles estaban curtidas del paso de los autos y enajenaba todo sonido a una mezcla aturdidora, indiferente a cualquier oído. La ciudad estaba muerta bajo la noche que se acontecía.

Volví a casa, preso de la urgencia del agua de la ducha. Todo se estaba convirtiendo en una acto reflejo, excepto las notas tomadas a las apuradas en todo: boletos, servilletas, tapas de cuadernos, hojas de diario, folletos, libros. Incluso mis brazos tenían trazos apenas visibles de letras y palabras, productos de algún aforismo o reflexión de último momento. Pensé en la música que escogería para el primer día de lo que estaba decidido sería el resto de mi vida, aunque cayera ante el defecto impostergable de pensar en ti y en la ausencia que te venera.

Por una ventana abierta a las calles vacías y dormidas del barrio, emergía la voz de Ricardo Arjona entonando una canción melosa, que parecía cargar con una verdad inequívoca y certera. Un tono dulce, femenino, de adolescente lo acompañaba, y podía imaginarme las muescas que hacía enfrente del espejo, moviendo las manos siguiendo el ritmo harto pegadizo. Me acordé de otro abandono similar y pensé en como parecía repetirse todo de vuelta.

Cargado de violencia, suspiré por lo bajo. Eso si que estaba como para cortarse las venas.






The first day of the rest of my life (X)

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