miércoles, noviembre 21, 2007

Recomendación Semanal: "Las Uvas de la Ira", de John Steinbeck


Bueno, antes que nada, las disculpas solícitas al caso. No fue nunca intención mía retrasar tanto una crónica que vengo escribiendo desde el momento mismo en que empecé a leer el libro, sino que por factores a veces ajenos, a veces vagancia, la fui postergando hasta tener la certeza de estar en condiciones de escribirla y de bancarme las críticas que puedan hacerme ustedes sobre lo que yo opino. Por otro lado, quise dejar pasar algo de tiempo para menguar un poco el asombro que me produjo tan similar obra. Pero ha pasado ya casi más de un mes que la leí (y en estos días he leído a Dolina, algo de Arlt y toda la Saga de los Confines, de Liliana Bodoc) y sigo con el mismo estupor encima. Es hoy. El tiempo de escribir esto es hoy.

Hay algunos libros que poseen la extraña cualidad de ser incitables, por diversos motivos, que van desde el pésimo uso del lenguaje y la gramática, que vendrían a jugar el papel de motivadores a la hora de enfrentarse al papel, ya que uno se da cuenta que puede escribir mucho mejor que eso, pero anda con miedo de convertirse en exactamente eso; y libros de tal calidad lírica y profundad que lo único que logra es maravillar al lector y poner en duda su capacidad de dejar un rastro en la tierra que vaya más allá de su pasajera sombra.

Hay libros y libros, es cierto, todos únicos, a su modo, pero es inevitable pensar que demasiadas producciones se parecen entre sí, más si pertenecen a un mismo autor. De todos los escritores que uno lee, uno se forma, , y por eso en un principio hay que buscarse variedad a la hora de armar la biblioteca. La conjunción de esos estilos forman al propio, el cual uno tiene que forjarlo hasta llegar al punto en que uno crea que ya sea suficientemente aceptable, punto en donde nos encontraremos recién en el comienzo. Todo esto forma parte del proceso natural de formación, hasta que uno se encuentra con libros como este, por ejemplo.

Perfección. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, esa de seguro sería, por todo lo que el libro, deja entrever, dice y calla Porque un libro es mucho más que el autor que lo escribe y las palabras que cargan sus páginas. Un libro (en este excelso caso, una novela de mediados del siglo XX) es todo el entorno donde fue escrito, donde radica su crítica y donde s forma la concepción de un mundo y la sociedad que habita ese mundo. Por eso “Las Uvas de la Ira” alcanza y supera la perfección. Por eso alienta y desmotiva al mismo tiempo. El que lo lee y escribe, como llamo a este humilde intento, busca alcanzar el ritmo, la soltura y la habilidad de tan exquisita pluma, aun sabiendo que es de llano imposible.

Un tiempo, un contexto, nos obliga siempre a contar nuestra verdad, limitada por aquello que podemos, queremos o decidimos ver. La historia en sí es el relato que, de forma incuestionable, se considera veraz cuando lo escriben los triunfadores, y es lo que perdura en el recuerdo de una sociedad exitista pero victimizada al mismo tiempo. No se cuestionan argumentos que se consideran irrefutables por el hecho que en su formulación parecen ser irrefutables, al tiempo que la gente, al ver esto, no se preocupar por refutarlos tampoco.

La novela se basa en esto. La historia incómoda, que molesta y que no se cuenta por su contenido y mensaje, y más aún por la realidad que muestra, libre de tapujos ante el ojo de una sociedad que hizo oídos sordos y hasta se burló de una desgracia tan ajena que, en la paradoja de los desastres de hoy, se muestra irónica. Un mensaje de abandono para unos, de avaricia para otros, se dibujan en los retratos costumbristas de diálogos, personajes y paisajes, que se suceden en los pasajes del libro.

La historia en sí, es una verdadera desgracia. La emigración y un viaje eterno con visos de huída galopante plantean la triste realidad que la tragedia, cuando se ensaña, persigue, y hasta parece ser implacable. La familia protagonista se ve presa de un extraño exodo desde las tierras que le fueron expropiados por los bancos hacía el futuro incierto que espera del otro lado de un continente que abarca todas las formas de la naturaleza: Ríos, ciudades, montañas, desiertos. Y del otro lado del continente, en aquel momento la pujante California, no están del todo listos para recibir y convivir con los venidos de Oklahoma, Oregon y Mississipi, desplazados por la sequía y la ambición.

Situada en las épocas del siempre enseñado como flamante new deal norteamericano, el libro cuenta las desgracias que los libros de historia apenas pasan por arriba. Sin hacer ninguna referencia espacial o temporal, algunos indicios permiten ubicar este libro hacía finales de la década del ’30, que es cuando fue escrito, cuando la gran Depresión, ayudada por una fuerte sequía, se hacía sentir. Steinbeck no se calla nada. Es brutal en las descripciones de las desgracias, en la forma en que cuenta el derrotero de una familia completamente desposeída, que figura como reflejo de otras tantas miles que sufrieron parecido o igual destino. Los hechos nos muestran el lado de la “pujante América” que ahora todos conocemos: la intolerancia, la avaricia, el desprecio hacia sus mismos hermanos, el fanatismo ideológico que aún hoy (hoy, setenta años después de haber sido escrita la novela) perdura en muchas mentes.

Por decir eso, por no callarse nada, por mostrar la realidad diaria de esos héroes anónimos que derrotados siguen batallando (hasta en la misma última página, en este caso), Steinbeck fue censurado, su obra prohibida y estigmatizado por ser un autor que iba en contra del status quo de una sociedad fundada en la burguesía y acostumbrada a historias rosas de victorias. Todos sabemos que, cuando se ensaña un gobierno con un autor, la historia termina dándole gran parte de la razón al oprimido. Pasó con Walsh, pasó con Steinbeck, quién gano, entre otros premios, un Pulitzer y el Nobel.

La popularidad alcanzada por la novela y el revisionismo histórico terminaron creando uno de los clásicos de la literatura americana, y no se si mundial.



Otras obras dignas de mención son: La luna se ha puesto (1942), Los arrabales de Cannery (1944), El ómnibus perdido (1947), El invierno de nuestro descontento (1961) y Norteamérica y los norteamericanos (1968). En 1962 escribió Viajando con mi perro, un relato autobiográfico de un viaje por Estados Unidos en compañía de un caniche.

1 sorprendidos por semejante idiotez:

El Holandés Herrante dijo...

Che, i-m-p-r-e-s-i-o-n-a-n-t-e !
Me encanto. Fantastico texto narrativo sobre otro autor.
FLOR DE CRÓNICA!!!
Para agregar (como siempre, el Holandes rompiendo las bolas) cuando recibe el premio Nobel de literatura, en una parte del discurso, Steinbeck nos da una declaración de principios que es un resumen de su forma de vida: "Sostengo que un escritor que no crea apasionadamente en la posibilidad del perfeccionamiento humano no tiene lugar ni dedicación alguna en la Literatura".
Fabuloso.
Aplausos y loas, para ambos, Steinbeck y Lloréns...
Siempre es un placer leerte.
Saludos.