miércoles, noviembre 21, 2007

Recomendacion Semanal: "La Torre Oscura I: El Pistolero", de Stephen King


Es la segunda vez que me topo con este libro, con varios años de diferencia y con capacidad de hacer unas lecturas un tanto más profundas, y es la segunda vez que esta épica, desarrollada en un mundo anacrónico, me termina complaciendo y asombrando, como la mayoría de las obras de King, quien es un autor con una gran capacidad y que en este texto se arriesga mucho con la metáfora de elementos modernos y de la concepción del espacio, el tiempo y el universo.

Pero, vamos por partes. El tomo que reposa sobre este escritorio es la nueva versión, la primera edición de julio de este año, a cargo de Plaza Janés, la editorial española que se encarga de cobrar cerca de cien pesos por este libro, lo que, a mi parecer, es un tanto caro, teniendo en cuenta que generalmente por ese dinero se consiguen los tomos en su lengua de origen. Lo bueno de esto es que es una edición revisada, ampliada, introducida y prologada, con capítulos nuevos, explicaciones del autor sobre lo que a él le parece el libro y sobre el génesis de la obra y las modificaciones que se le han agregado. Ahora, lo malo de esto, es que tienen que reeditar cuatro tomos, que hacen a la primera hipotética parte de la saga “La Torre Oscura”. Esos cuatro tomos, si se cobran al excesivo precio de este mismo libro, significarían cerca de cuatrocientos pesos. El dilema es que el libro y la saga son excelentes, ¿qué fanático (por más qué tenga las ediciones anteriores) no se animaría a comprarlas?.

Hablar de Stephen King es una redundancia, a esta altura del partido, jugando ya tiempo extra y con un penal a favor. Todos saben que es un escritor un tanto controversial, no tanto en el ámbito editorial, donde es un best seller, sino en el intelectual y literario, donde es aún bastante fácil encontrar muestras de snobismo y cierta resistencia a aceptar que lo popular también puede tener profundidad. Por eso, King es tan amado por unos como odiados por otros, aunque la obra producida por el autor estadounidense, no sólo en el género del terror, sino de la ciencia ficción y hasta se ha jugado con un ensayo biográfico, ha ido inclinando la balanza hacia el lado de la aceptación, aunque sigue levantando polémica, de tanto en tanto, como cuando ganó la (esperen que consulto el cuadernillo de ingreso a la facu) medalla de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters, que hizo que algunos críticos levantar la voz e hicieran algo de quilombo, cuando más que merecido se lo tiene.

Sobre la Obra, lo que podemos decir no es mucho más de lo que aparece en el prólogo: Tiene una notable influencia tolkeniana, metáforas cotidianas y la forma en que se desarrolla al relato va moviendo al personaje principal (el Pistolero, The Gunslinger en inglés – ese nombre es genial) entre un pasado lejano, puro en la vida del lejano Oeste, y un futuro lejano, antes que “el mundo se haya movido”, como dicen varias veces los personajes, en referencia a la forma vertiginosa, duradera y certera con la que los cambios se dan. Una curiosidad: Los capítulos que componen la obra fueron primero cuentos que fueron publicados en The Magazine of Fantasy and Science-Fiction, entre 1978 (edición y aparición del cual sería el capítulo 1, The Gunslinger) y noviembre de 1981 (edición y aparición del último capitulo, The Gunslinger and the Dark Man), y que después serían recopilados en este jugoso tomo, cuya primera edición en español fue la de 1992, traducida por Jorge Luis Mutieles.
La historia trata sobre un pistolero, llamado Roland Deschain de Gilead, que vendría a ser algo así como una especie de jedi o miembro de una orden mitológica, que se encuentra en persecución de un hombre vestido de negro, por razones que el autor no da a conocer muy bien. O que sí. O que no. En fin, cuando se llega a la mitad del libro uno se encuentra más preocupado por saber como hizo Jake, un muchachito de New York, para aparecer en una estación de paso, que por la figura negra, diminuta, que aparece y pierde de tanto en tanto, siempre en el horizonte. Es ahí donde entra a jugar la genialidad del autor: Jake pertenece a otro mundo, nacido vaya a saber donde, pero por las referencias que hace, Roland Deschain lo ubica en otro tiempo de su mismo mundo, aunque no se termina por saber si está en lo correcto o no.

Funciona bien como excusa, y hace llevadero el relato, la inclusión de las grandes distancias (el desierto, el paso de la montaña) como metáfora del tiempo. Roland y Jake se transforman en seres imperecederos mientras se mueven dentro de eternidades y eternidades de granito y arena, y a la vez, es como si recorriendo eso fueran trasladándose entre diferentes épocas, diferentes tiempos, que le son tan ajenos como tristemente reales.

El hombre de negro huía a través del desierto, y el pistolero iba en pos de él.
El desierto era inmenso, la apoteosis de todos los desiertos, y se extendía bajo el firmamento en todas las direcciones como una eternidad. Blanco, cegador, reseco, desprovisto de cualquier rasgo distintivo salvo por la tenue silueta brumos de las montañas recortadas en el horizonte y por la hierba del diablo, que producía dulce sueños, pesadillas y muerte. Alguna que otra lápida señalaba el camino, pues el borroso sendero que serpenteaba sobre la gruesa corteza alcalina otrora había sido carretera. Por allí habían pasado diligencias y bigas. Desde entonces, el mundo se había movido. El mundo se había vaciado.

Esos son los dos primeros párrafos de una obra que en su concepción y escritura se lo más cercano que se puede ser a “eterna” y anacrónica. Fue escrita durante un periodo de treinta años, y la culminación de la serie llegó recién en el tomo siete, en el año 2003, 21 años después de la primera edición (limitada, de lujo) que se hizo del primer tomo que estuve leyendo en estos días.

La búsqueda, inmensa como el desierto que la enmarca, es el centro de todas las vidas, y ellas se ven encausadas en pos de un objetivo, que se encuentra siempre distante, borroso, y, a veces solamente, se vislumbra como una certeza, escalando montañas o acampando lejos en el horizonte. La cacería de Roland se basa en eso. La de todos nosotros también, sólo que nos hace falta la ambición de calzarse los revólveres y salir andando en su búsqueda.

1 sorprendidos por semejante idiotez:

Antuchi dijo...

Uh que capo lo voy a tener en cuenta!!!