lunes, noviembre 26, 2007

Fuego

Necesitaba del fuego que ardía a sus pies.

Su mente divagaba por pasajes confusos y nublosos. Una oscuridad siniestra impedía discernir aquello que había pasado de otras extrañas percepciones erróneas. Voces inequívocas, destellos de claridad. Todo se acercaba y se alejaba, con indolora pedantería, frente a sus ojos cerrados, cargados de sombras y espectros. Ansiaba la paz que no llegaba, por más que supiera que sería tan sólo un pequeño resguardo antes del tormento que se avecinaba. La deseaba, aunque estéril y fugaz. La clamaba, con la voz quebrada y convertida en alaridos sangrientos.

La cabeza cayó pesada sobre el cuerpo. Pendía inerte y por el borde de los labios corría un hilillo de sangre que empezaba ya a formar un charco en el piso. Las magulladuras y los cortes se repetían por varias partes del cuerpos, surgiendo por entre el polvo que cubría algunas de las heridas. Todo su ser no era nada más que eso, en ese momento.

- ¿Has tenido suficiente?

Aceptó lentamente con la cabeza, sin saber si había oído correctamente. Algo en su cuerpo clamaba por piedad pero aplacaba ese inconsciente sentido de supervivencia con la idea, la convicción, que necesitaba de esa parodia infernal para purificarse. Era tiempo ya. Tenía que curarse. DEBÍA curarse, por más que vivir en ese remoto pasado, cargado de un nostálgico sentimiento de pertenencia y armonía, fuera algo hermoso, por más que estuviese plagado de ausencias, dolores, batallas perdidas y lágrimas derramadas en algo mucho más potente que la muerte.

Un dolor punzante cruzó sus entrañas y la oscuridad lo cubrió, como la gran sombra de la noche que se avecinaba y que por fin terminaba cayendo, aunque no traía consigo ni la luna ni a las estrellas. No había nada en esa muerte fría y calculada, tan sólo el pasado del cual uno no puede despegarse y que se remonta a uno siempre en las últimas situaciones. Dormido, en el fondo oscuro del abismo encontró la analogía. No había caído la noche sobre él, sino que él había logrado saltar hacia la nada.

Su propio cuerpo clamando por piedad, su propia voz desgarrada, las lágrimas brotando en sus ojos. El dolor. El recuerdo de la tortura y la tortura que se llevaba cabo. Todo eso lo despertó. Levantó el sudado rostro y vio a los dos hombres discutiendo, enfundados en sus relucientes trajes de blanco y con las caras libres de cualquier expresión.

- No hay caso – escuchó que dijo uno –. Por más que decida cambiar va a seguir siendo el mismo. De eso no hay dudas.
- Es una lástima – dijo el otro –. No habrá otra que quemarlo.

Una sonrisa se dibujo en su rostro, y encontró una pared donde repetirse y ampliarse en el rictus sonriente del agonizante. El final se presentaba implacable, y estaban todos dispuestos a participar de esa comedia para llevarlo a cabo.

Otra vez el silencio oscuro del desmayo. Otra vez la elipsis. Otra vez el deseo surgiendo de entre la carne que lo ansiaba.

Lo condujeron inconsciente por pasillos de eterna belleza. Lo arrastraron por la antesala del infierno hasta la pira que contendría la última de las guerras y la más larga de las batallas. Cuando sintió el calor cortando su piel, sonrió. Las lenguas de fuego lo lamieron y, por más que se partió en un aullido de muerte, algo dentro de sí sonrió, como quebrándose ante tamaña injusticia.
Lo ataron. Y empezó a sentir que era todo lo necesario. El único fin de su vida. Dejarse matar para de una vez poder dejar atrás esa persona, ese espectro que tanto odiaba. El fuego purifica, pensó, cuando el olor dulce de la carne quemándose le produjo un vómito que cubrió gran parte de su pecho. Con él, se consumían todas las horas, todas las imágenes y los sonidos. El universo se extinguía en esa pira ardiente, insufrible. Final.

Necesitaba del fuego que ardía a sus pies. Aunque a veces tenía demasiado miedo de renacer de sus cenizas.


I know you love me, love me like a piece of trash...

0 sorprendidos por semejante idiotez: