viernes, septiembre 14, 2007

Gloria

“La gloria como único fin”, pensó, mientras contemplaba las sucias paredes de los edificios del centro de Córdoba, a tiempo que desandaba el Boulevard, en dirección al Olmos.
Contempló las fachadas decadentes de las modernas construcciones y pensó que en Córdoba no había más casas y que estas habían sido suplantadas por paredes estaban sucias por la humedad por el tiempo la vergüenza la desidia el olvido.

“El olvido como inevitable fin de todas las cosas”, pensó, con una mueca en el rostro.
Estaba preso, vagando en una ciudad que era polvo de los polvos, inevitable espectro vacío en el trazado de los mapas.
¿Cómo no sentirse desolado si ya se sentía desfigurado en las tinieblas de la historia?
- La gloria como único fin – murmuró -. Como fin último de todas las cosas, la puta madre.
Un ómnibus pasó, raudo, a su lado y su murmullo fue sepultado por el humo negro del escape roto.
- Las infidencias que les hace uno a estas calles sord… de mierda, bah – se le oyó decir, antes de seguir despotricando sin razón alguna, mientras caminaba por el Boulevard, calle abajo, en dirección al Olmos
(clac)
Caminó siguiendo la sombra, contando los pasos en voz baja, mezclándolas con pedazos del rap que sonaba en sus orejas
(pack it up, pack it in / let me begin / i come to win / battle me that’s a sin)
y con una sonrisa mal disimulada trataba de no aceptar el hecho que no le importaba que
Córdoba no lo escuchara, siempre y cuando no tuviese nada que decir.
(clac)
Estaba a una cuadra del Olmos cuando tuvo que cruzar por La Cañada. Se detuvo y paseó su cálida mirada por las mismas paredes sucias que había visto en los edificios más arriba. Resopló suavecito y puso los brazos en jarra, mientras contemplaba el hilillo de agua esquivar hacia ningún lugar, debajo de sus pies.
“El final es tan sólo el más tardío de los principios”, pensó, mientras adivinaba figuras fantasmales de leyenda urbana recorriendo esas calles, hace noventa años.
(clac)
- La piedra que te encausa, arroyo, es una versión disloca de nuestras delimitaciones.
El ruido estridente de las bocinas opaco el ensayo filosófico de sus profundas palabras. Maldijo por lo bajo y repitió, como si fuese un conjuro “la puta que te parió, la puta que te parió”.
Llego al Olmos y contempló, desde la Casa Radical, su formidable estructura donde se apiñaban centenares o miles de cordobeses, en busca de los terrenales placeres que se encontraban dentro de esas paredes.
“La gloria como único fin”, pensó, por tercera vez, antes de gritar a voz viva “¡Socialismo o muerte!”
(clac)
Unos cuantos se volvieron para mirarlo, rieron y cuchiearon entre ellos y siguieron su camino, deteniéndose a contemplar los productos deportivos de la vidriera de Topper. Él, en cambio, miró cabizbajo el suelo. “¿En que momento se murieron las utopías, che?”, pensó. A su mente volvieron las imágenes de las acaloradas discusiones con su padre donde este le espetaba “que va’ a saber de política, vo’” o “en que momento te enseñaron a creer en utopia’, pibe. Esa’ cosa no existen, m’tendes?”
Se le piantó un lagrimón que cayó derecho al piso, sin intermediarios, y la imagen del difunto viejo le estampó el ensayo de una sonrisa cargada de nostalgia en la cara. Levantó la mirada y se vio reflejado en un póster. “Pero que pinta de pelotudo
(clac)
llevás, che gil otario”, se dijo, a tiempo que contemplaba los rostros de Mestre y Negri mirándolos desde el papel del afiche.
Siguió caminando, en una eterna gambeta a su oficio de errante, por la Hipólito Irigoyen, dirigiéndose al reciente Paseo del Buen Pastor. Saludó a la estatua de Velez Sarsfield y prosiguió contemplando las figuras voluptuosas de las mujeres que bajaban por la avenida.
Sintió como la avalancha de la soledad lo golpeaba en medio del pecho, donde el fantasma sin rostro de la melancolía sabía anidar de tanto en tanto. El centro de Córdoba era un lugar que no estaba hecho para los corazones solitarios.
Llegó ante la fuente y se sentó en un banco, a meditar bajo la luz cambiante de los acuíferos reflejos. Se perdía a mitad de camino y volvía a empezar, sintiendose perdido y sin remedio dentro de ese laberinto mental. Sacó una lapicera del bolso y se puso a rumiar la punta, buscando de vuelta el hilo conductor de sus cavilaciones. Una musa, eso le faltaba. Alguien que le sacudiera la estantería y lo hiciera de caer de culo al piso.
(clac)
Se levantó, de repente, triunfante del asiento, con el eco de “eureka” dibujado en sus labios. “Las soluciones siempre aparecían cuando uno dejaba de buscar en las referencias del crucigrama”, se dijo. Tomó aire y se dispuso a hablar, solemne, sobre la resolución a que lo habían guiado sus reflexiones. “Recorda, la gloria siempre como el único fin”.
- … - abrió la boca, pero no pudo emitir sonido alguno. En su cara tomaron forma y presencia los avatares del miedo y la vergüenza.
Muchos se habían dado vuelta para mirarlo, sobresaltados por los movimientos del excitado y mudo orador.
Las miradas insólitas hacían blanco en él.
“Váyanse a la puta que los parió” pensó y quiso murmurar.
(Bang!)
“El silencio, como inexpugnable barrera, es el fin de todas las cosas”

0 sorprendidos por semejante idiotez: