sábado, septiembre 01, 2007

Salvando un Post: Ensayo sobre Como Escribir en Servilletas de Papel

La necesidad imperiosa de escribir va más allá del soporte que se utilice para hacerlo. Con una lapicera, lápiz o inclusive una lata de aerosol o pintura, una ramita o una piedra despierta en muchos el impulso de plasmar una idea en cualquier lado, indiferentemente si la idea sea una palabra, una frase, un dibujo, un esquema o unos trazos sin razón aparente de existencia.

Es por eso que en las servilletas de papel, que en el Hospital usamos para secarnos las manos, he encontrado un soporte no ideal, pero si suficiente y abundante, en donde puedo descargar el ardor que provoca en mi mano el no poder escribir; la abstinencia cuya desesperación hace que el trazo resultante sea a duras penas legibles, y que pone varias veces a prueba la resistencia del papel.

Acostumbrado a la dureza del papel de oficina, en el proceso de adaptación que tuve que hacer para escribir en las servilletas he destrozado muchas de estas.

Sucede que la servilleta de papel se comporta como una joven damisela de carácter cambiante. Hay que tratarla con suavidad para no dañarla y perderla, pero no tanto como para que no quede en ella el trazo de la tinta y, con él, la idea que quisimos plasmar.

Entonces, el trazo debe ser para el papel como una caricia no carente de erotismo, ya que debe crispar la superficie para dejar un rastro tangible de las pasiones que se despiertan en el escritor y que lo motivan a escribr. Pero, no debe ser una caricia fuerte, torpe, ya que esto dañaría el papel y, en caso de ser una servilleta, lo convierte en irrecuperable, así también la idea, ya que la pasión pocas veces puede ser medida y captada de forma cociente, como para repetir el proceso dos veces, con idénticas palabras y mismo significado. Por otro lado, sí la caricia de la lapicera es muy suave, insinuante por así decirlo, no quedará registro de nada; y la idea será solamente eso, una insinuación.

El trazo, entonces, debe ser firme, llegar hasta la esencia misma del papel, hasta el límite. Es necesario llevarlo hasta el mismísimo punto de ruptura, del inexpugnable punto de no retorno, si el escritor y sus ideas así lo requieren. De esta forma, ambos (servilleta y escritor) experimentan las sensaciones de fragilidad, dureza, amor y odio que se intercalan y funden en el entrampado del papel y en las venas del escritor.

Además de ser firme, debe ser medido. Las palabras deben de poder leerse con coherencia y claramente, ya que, por más que el soporte sea una servilleta, ellas no dejan de ser palabras, y tampoco dejan de transmitir una idea.

Un trazo medido, pausado, transmite la idea que quien escribe sabe lo que está haciendo. Hay que tener en cuenta que la fragilidad del papel no permite que se cometan errores, así que la corrección se encuentra relegada a un segundo plano cuya existencia en la práctica es casi imposible.

Es por eso que escribir en servilletas, dentro de esta pequeña prisión que esel Office de Enfermería de la Guardia, lleva en sí un encanto particular, que me mueve a utilizar este soporte “alternativo”, por decirlo de algún modo.

Radica en mí la idea, no sé si será equivocada o no, que un escritor no es sólo por lo que escribe (aquí lo podríamos categorizar de cuentista, novelista, poeta, ensayista, etcétera) sino también por lo que en que escribe. No es lo mismo una persona que dice estar a favor o aclamar por el anarquismo, sentado detrás de un escritorio, con una máquina de escribir en frente; que alguien que está con una bomba molotov en la mano, en medio de una manifestación. El primero cumple parte en una formación ideológica, y el segundo es el resultado, directo o indirecto, de esa formación.

Puede que se interprete eso como una analogía equivocada. Puede que lo sea, pero este texto trata sobre escribir en servilletas, no sobre el mecanismo de funcionamiento de las ideologías.

No menosprecio a través de esta metáfora a aquellos que se encuentran detrás de escritorios, sino que recalco la tarea formativa de la que hacen uso para dar a conocer puntos de vista o distintas formas de expresión. ¿Qué sería de muchos de nosotros de no ser por los libros que leímos y que nos marcaron, haciéndonos decidir (en mi caso) por una profesión de tan azaroso futuro?

Pero el hecho al cual me refiero con el tema del soporte de la escritura, es que este viene implícito en un marco espacio-temporal determinado, que contextualaza la palabra y a su autor a través de unas marcas que permanecen indelebles en el texto.

No pecaré de hipócrita, y les diré que escribo en servilletas de papel porque no hay un mejor soporte a mano. Si trabajará en una oficina, de seguro utilizaría hojas A4 en máquinas de escribir, o bien computadoras, y no me molestaría en buscar servilletas para garabatear o para andar escribiendo.

Para explicar el marco espacio-temporal, utilizaré un ejercicio en el que me remitiré por ejemplo.

Yo, Matías F. Lloréns, 18 años, argentino, residente en Unquillo, Córdoba, Argentina, y de profesión “camillero” en un desprestigiado hospital de Córdoba, necesito de plasmar en algún lado una idea (caso particular: una estrofa) que late desesperada dentro de mi cabeza. Miro mi reloj en el celular y descubro que aún faltan cuatro fatídicas horas para que termine mi turno. Espacialmente, me encuentro en el Office de Enfermería (una pequeña habitación que mucho tiene de infierno, en la cual no hay nada. Absolutamente nada), y de la cual no puedo alejarme ya que estoy encargado del “camillaje” (por decirlo de algún modo) de la Guardia. Un rápido vistazo y me doy cuenta que el único soporte al cual puedo darle un uso útil para mi imperiosa necesidad son unas servilletas de papel que hay encima del lavamanos.

Analicemos: ¿Por qué no utilizar el celular para escribir y guardar en un mensaje borrador lo que queremos? La respuesta sería porque el celular es incómodo en extremo y dificulta la interpretación y lectura de lo escrito, a diferencia de cualquier soporte que tenga como intrínseca base el papel.

Entonces, tomo una servilleta de papel y la despliego, saco la lapicera (debemos llevar una lapicera para hacer anotaciones sin importancia en las historias clínicas, como número de habitación, pabellón, etcétera), y escribo, con trazo cuidado, firme, mantenido; tal cual erótica caricia:

“Al menos uno de los dos

inmune a las sensaciones

camina entre colinas

sin saber lo que despierta en los hombres”

Terminado así el cuarteto, observo que he descargado en la servilleta lo que en ese momento sentía y la forma en que lo sentía.

Aparte del análisis grafológico que puede hacerse, podemos hablar de un cierto “paratexto textual”, que implica al soporte y al entorno en cual se escribe.

Analicemos el contexto en el cual se ubica mi “yo” del ejemplo.

Además de la imperiosa necesidad de escribir algo, tomar en mano el soporte del papel en formato “servilleta”, y el acto mismo de escribir, implica el uso de un sentimiento particular de desesperación, intranquilidad e inmediatez que lo obliga a escribir en ese momento en particular, con el consiguiente riesgo de no cometer errores alguno en la escritura, para no perder ni la idea ni el sentimiento por el cual está escribiendo, y algo que es tan importante como eso, el MOMENTO.

El momento en el que escribimos algo condiciona ese texto para siempre. Al igual que en el lector se despiertan diversas lecturas sobre un mismo objeto al cambiar el momento en que se analiza.

Si cambiamos el contexto y el soporte, estamos cambiando el sentido de la frase en la esencia del autor, no de las palabras.

Por ejemplo, yo ahora trabajo en una oficina de la más prestigiosa firma automotriz de la ciudad.

Ejecuto, en mi ordenador de última generación mientras escucho alguna canción en el reproductor de música del computador, el procesador de texto y escribo:

“Al menos uno de los dos

camina despacio entre colinas

inmunes a las sensaciones

que arrancas de mi corazón, mi vida”

Pero, después de analizar los versos unos segundos, selecciono todo y aprieto “suprimir”. En la pantalla en blanco, entonces escribo.

“Al menos uno de los dos

inmune a las sensaciones

camina entre colinas

sin saber lo que despierta en los hombres”

Rescribir el texto implica un acto de reflexión que en el acto de escribir en servilleta se da antes y durante el empuñado de la pluma; y que se ve imposibilitado de corrección, a diferencia del acto de escribir en máquina.

Si analizamos el contexto de la segunda situación, podemos entrever que mi “yo” se encontraba en una situación de relax y de reflexión antes de escribir, a diferencia del primer ejemplo.

Es por esto que el cuarteto de la primera situación lleva intrínseco un significado más profundo en su paratexto, que el cuarteto del segundo caso.

Podemos analizar otras cuestiones, como la inmediatez del mensaje, que en el primer caso se da en forma espontánea, ya que es necesario escribirlo porque de lo contrario se perdería, mientras que en el segundo el autor puede permitirse una lectura, reflexión y posterior corrección.

En resumen, escribir en un soporte alternativo lleva implícito en este y en el texto que se encuentra suscripto a este (en mi caso, la servilleta) lleva consigo un sentimiento de arraigo de sensaciones mucho más profunda que en otros casos.

1 sorprendidos por semejante idiotez:

Anónimo dijo...

sublime...