lunes, septiembre 17, 2007

Wartwill Hundsen

Cuento que escribí para un concurso hace un par de años0, y que permaneció inédito hasta hoy, con el que obtuve una fantasmal "mención honorífica" (porque nunca me dieron algo que la constatara) y un día en el cual me harté del calor de ese mugroso lugar (Fue en la FICO, y no había aire acondicionado en el bunker en donde nos habían metido).


Bueno, sin más preámbulos, Wartwill Hundsen.


Las noches y todos sus elementos ampliaban y retorcían su sueño en extrañas y sucesivas bifurcaciones que lo envolvían en pesadillas que pocos hombres habían, hasta ese momento, soñado.

En el delirio nocturno creo hombres, héroes, ciudades e imperios. Fundó mundos que se perdieron al amanecer. Esas noches, y los fragmentos que apenas podía recordar durante la resaca mañanera, se perdían al rato entre los mareos que le provocaba la falta de movimiento.

La fiebre se apoderaba de a ratos de su bienestar y le impedía ver y comprender con claridad lo que sucedía a su alrededor. Todas las noches agonizaba lentamente su cordura entre los suspiros y calores de la locura.

Así pasaron días, meses y años. Al principio, vivía pendiente de los minutos y las horas que transcurrían lentamente, pero, al ver que el lento conteo solo empeoraba las cosas, se dio por vencido y se dedicó a tratar de rescatar los pocos recuerdos que podía percibir.

A veces, la luna y la oscuridad le tentaban a errar por los pasillos y las extrañas habitaciones que nacían desde algún punto perdido dentro de la casa.

La errante arquitectura, de diversos estilos y direcciones, hacían de esa morada un lugar tenebroso. Espejos colgaban de las paredes, multiplicando rostros extraños pero familiares, pasadizos que no llegaban a ningún lado, una extraña simetría que hacia de los pasajes un morboso laberinto cuyo principio y final eran cualquier habitación, por más perdida o simple que sea.

La vida se le escapo una tarde extraña.

El destino, si que tal nefasto elemento existe, quiso que esa noche vagara por los pasillos errantes. La fiebre, la locura, la miseria, la soledad, el silencio ampliaron los corredores, extendiendo infinitamente su caminar.

Los espejos, nuevamente, reflejaban al mismo desconocido que parecía nacer en cada esquina. Caminando por caminos y jardines que se birfucaban retorcidamente llegó a una extraña bóveda espejada. Reflejados en millares de vidrios vio su cara, febril, abatida por la locura y las noches (eternidades) de vigilias, y se odio a si mismo.

Un cajón estaba apoyado en el suelo y de este sobresalía, tentadora, una pistola. Se acercó lentamente y la tomó. El peso del arma en su débil mano parecía enorme. Sin embargo hizo el esfuerzo y la levantó.

Por última vez decidió ver al extraño reflejado en su silueta. Vio el odio en esos ojos famélicos e inhumanos.

Con desdén, dirían después, hizo fuego.

El último recuerdo fue el tierno beso del plomo ardiente en su frente, repitiéndose eternamente, condenado por el tiempo, en todos los hombres, perdurando infinitamente. En ese instante el recordó, en su último momento de claridad, que así hubiese deseado su final.

Wartwill Hundsen murió a las siete de la mañana, un viernes de febrero, dejando una viuda y dos hijos, después de dos meses en un coma profundo.



A Carlos Montiel

1 sorprendidos por semejante idiotez:

Anónimo dijo...

yo ya lo habia leido lalala besos pendejo!